Tribuna libre

Rito en el brindis

Era en Jerez y toreaba Padilla. De todos es conocido que Juan José Padilla es un torero que conecta muy bien con los públicos. Suele ser bullidor, recurre a la gesticulación, basa muchos triunfos en su capacidad física y las banderillas son siempre una parte fundamental de sus faenas; por eso se gana el aplauso fácilmente. De siempre ha contado con el apoyo de sus paisanos y además desde que sufrió una terrible cogida cuenta con el cariño de todo el mundo, literalmente de todo el mundo.

Sin embargo, hay otra faceta que quiero destacar aquí. El torero jerezano suele ser un buen director de lidia. Está pendiente de sus compañeros y de todo lo que acontece en el ruedo; acompaña habitualmente al picador hasta la puerta de cuadrillas para proteger al caballo de cualquiera ataque desmandado del toro y, en definitiva, le gusta ayudar a mantener el rito, el orden ritual en el desarrollo de la lidia.

En la fiesta de los toros el rito es muy importante. Nos conecta con el pasado, cuando la tauromaquia tenía un tinte sagrado, o, más aún, con los orígenes, cuando directamente era una actividad religiosa. Si se pierde el rito se perderá el principal atractivo de la fiesta y se acabará yéndonos de entre las manos. 

En el siglo diecinueve fue Paquiro quien puso orden en el toreo y estableció, en su ‘Tauromaquia’, una serie de normas que lo convirtieron en el espectáculo y fiesta que es, tal como ha llegado hasta hoy. Padilla es un admirador de Paquiro y no en vano, para cuidar su estética, se deja patillas de hacha, como el chiclanero, o luce de vez en cuando una montera de diseño decimonónico como la que usaba el que le dio a esta prenda su nombre, el propio Francisco Montes. Esa admiración y esas identificaciones reafirman que Padilla valora los detalles rituales.

En la Feria del Caballo del año 2015 Padilla, que había cortado una oreja en su primer toro, brindó la muerte de su segundo a Jerónimo Roldán, el cual acababa de cumplir cincuenta años de vida profesional. Así le recordaba el homenaje popular de noviembre en que el torero colaboró, lo mismo que ha colaborado en la próxima concesión del título de Hijo Predilecto de Jerez.

No era el primer brindis que este veterano periodista taurino recibía; hace años fue Paquirri quien le brindó el último toro que había de torear en Jerez. Por cierto, Paquirri solía comportarse como un buen director de lidia cuando le tocaba serlo. Este papel  le corresponde al más antiguo del cartel y su misión es vigilar para que en la arena todo transcurra de modo ordenado.  

Durante la faena, Juan José se entregó como siempre. Extrajo del toro todo lo que encerraba dentro, se hincó de rodillas, lanceó mirando al tendido, se dejó arrollar poniendo al público en un grito y, finalmente, mató de una gran estocada, como suele ser habitual en él. La plaza era un clamor blanco y el presidente sacó los dos pañuelos. 

Juan estaba en las nubes; era un triunfo más entre su gente. Se olvidó de ir a recoger la montera. Recibió las dos orejas de manos del alguacil y éste marchó a recogerse. Un peón fue a recuperar la prenda pero Jerónimo le indicó con gestos que se la entregaría personalmente al matador. Así, el peón se aproximó al maestro, que ya iniciaba la vuelta triunfal, y le indicó imperceptiblemente el olvido.

Entonces, y aquí viene la valoración del rito, Padilla devolvió las orejas al alguacil y le pidió que retornara al sitio de espera, más allá de la segunda raya. Fue al receptor del brindis, que aguantaba impertérrito tras las tablas, y tuvo un largo y cariñoso parlamento con él, mientras sostenía el capote en las manos (imagen insólita, delicia de curiosos).

Acudió de nuevo al alguacil para coger definitivamente las dos orejas y se las mostró al presidente, agradeciéndole la concesión. Ahora ya sí iniciaba de verdad la vuelta triunfal. Se había cumplido el rito.  

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