Una vida en una bodega · En el 'museo' de González Byass

Ejercicio de memoria

  • González Byass guarda 'reliquias' que permiten reconstruir la vida de sus primeros hombres.

Cada paso a lo largo de los interminables pasillos y naves que conforman las bodegas del 'Tío Pepe' es un paso en el tiempo. De tal suerte que no resultaría imposible trasladarnos en la historia y vida de aquellos primeros hombres que hicieron a partir de una pequeña bodeguita uno de los mayores emporios del vino de Jerez. Todo eso fue posible gracias, como ya sabréis, a la cabeza de uno de los cuatro varones, hijo de un miembro de la Guardia Real y administrador de las Salinas Reales de Sanlúcar. La personalidad e intensa existencia de Manuel María González Ángel puede ser materia bien conocida por todos. No así, quizás, algunas de esas pequeñas historias que rodean y adornan la vida del hombre de éxito.

Hasta difícil resultaba que alguien apostase por aquel jovencito de salud quebrada y enfermiza que los médicos tuvieron que aconsejar que viviera junto al mar. Y aunque pensaba que no iba a vivir muchos años se aplicó al trabajo de oficinista en una empresa de banqueros y comerciantes de Cádiz y finalmente prosperó. Pronto amplió sus actividades como exportador y comerciante y aquí le sobrevino el primer desastre. ¿Conocíais la anécdota de la 'pesca de la patata'? En sus primeros trabajos, Manuel María había enviado un cargamento de patatas de Huelva a Cádiz por barco, pero este se hundió antes de llegar a destino. Había invertido en la aventura toda su fortuna y algo más. Las cosas no iban bien, pero su madre María del Rosario Ángel, una mujer con mucha decisión, no era de las que se rinden ante la insignificancia de un naufragio. Rápidamente se hizo cargo de la situación; todo lo que pidió fue un cubo con agua del mar y unas patatas y comprobó que flotaban. Madre e hijo salieron a toda prisa y alquilaron un bote de pesca. En sólo unas horas habían recogido tres cuartas partes de las patatas con las redes, con lo cual su madre había salvado la situación.

Y como esto de la edad parece algo congénito en la familia, logró al final de su vida echar por tierra todas las profecías de sus médicos y llegó a la edad de 75 años. Fue en enero de 1887. En los años anteriores a su desaparición, don Manuel volvió a Cádiz junto al mar, pero su salud no mejoró un ápice. Sin embargo, después de llegar a Jerez, viviendo entre sus botas de jerez, respirando la atmósfera del vino y pasando horas interminables en su sala de degustación, su salud se volvió enseguida excelente.

La sala de degustación es uno de los grandes recuerdos que nos ha dejado. De hecho, no se ha tocado desde que murió. Entre el polvo y las telarañas, las botellas permanecen en pie, con las etiquetas descoloridas, los tapones podridos y el contenido estropeado, pero todo se encuentra tal y como él lo dejó. Flanqueado por las antiguas estanterías, allí descansa ahora, ya vencida, una de las diez primeras botas que exportó en 1835 a Londres.

"Querido padre: Te anuncio que próximamente llevaré a Jerez un deporte nuevo que requiere la sangre de un Villavicencio, el coraje de un Estopiñán y la habilidad de un Cabrera". La carta que recibe don Manuel lleva el remite de Kent, cerca de Londres, donde su hijo, el gran Pedro Nolasco González Soto, se encuentra ampliando estudios. Se alojaba en una finca del empresario Cristóbal de Murrieta. Allí presenció su primer partido de polo y nació su afición por este nuevo deporte. En la carta, Perico se refería a la nobleza del linaje de los Villavicencio, al valor de don Pedro de Estopiñán, caballero jerezano que había conquistado Melilla en 1497 y a la aptitud física y destreza de los Cabrera, por haber sido uno de esta familia el mejor profesor de equitación de Jerez. Por supuesto, se refería al deporte del polo, que logró introducir en Jerez. Contaba con unas dotes de relaciones humanas jamás vistas y su agenda estaba repleta de nombres de monarcas y reyes de todo el mundo. Quizás por eso, se considera que Perico fue uno de los grandes vendedores de vino de Jerez en los cinco continentes. Pero, junto a su exitosa faceta empresarial, destacó por su enorme afición al deporte.

Perico González reunió a familiares y amigos, entre ellos ingleses con intereses en el vino, y constituyó en el verano de 1870 el 'Xerez Polo Club', el club más antiguo de Europa y el tercero más antiguo del mundo. En los años treinta del pasado siglo, ya siendo marqués de Torresoto, preside la asociación 'Lawn Tennis Jerezano', que poseía instalaciones en la calle Santo Domingo y que mantenía dura lid con la Sociedad de Tennis Gaditana. Del 'Lawn Tennis' salió el jerezano José María Picardo, que llegó a ser campeón de Andalucía. No queda ahí su afición por las actividades al aire libre. Su contribución fue también providencial en la creación del 'Jockey Club de Jerez', que promovió las carreras de caballos que se celebraban en el Hipódromo de Caulina. Y luego está el 'Gun Club de Jerez', otro deporte inglés equivalente a nuestro Tiro de Pichón. Al dueño de la mansión de 'El Cuco' -por donde pasaron personajes como Marconi o Joaquín Sorolla, que vino a la ciudad para pintar la vendimia jerezana-, se le atribuye también su fundación en 1869. Sus socios practicaban en Caulina y luego en Chapín, eran excelentes tiradores y algunos competían en campeonatos nacionales.

Un trofeo del tiro a pichón montó una vez un alboroto. Se trataba de una copa propiedad de González Byass que se entregó al tirador que, por tres veces consecutivas, había salido victorioso en el torneo. El hombre no quedó muy contento con el trofeo y no tuvo mejor ocurrencia que vendérselo a la bodega. Cuando llegó la guerra, el trofeo se entregó a Patrimonio para que dispusieran de él en la fundición. Pasó el tiempo y la bodega se acordó del trofeo. Se temía que ya habría servido para la fabricación de material de guerra. Sin embargo, el trofeo permanecía intacto. La compañía volvió a comprar la copa. Desde entonces, sigue en buenas manos en la caja fuerte de la bodega.

Y no olvidamos del deportivo Pedro, claro está, su ya famoso velocípedo inglés, origen de muchas leyendas, que trajo a Jerez desde Birmingham y que hoy día ocupa un lugar preferente en las bodegas. La estampa de Perico pedaleando por nuestras calles aquel engendro, precedente de la bicicleta, dejaba pasmaos a los jerezanos pese a ser una tradición bastante común en Inglaterra. De aquí surgieron multitud de anécdotas. Una de ellas habla de una carta que envía Perico a Pedro Manjón y en la que le dice: "Perdona que, hace días, te viera por la calle y no me parase a hablar contigo. Pero es que cuando me bajo del velocípedo, ya no puedo volverme a subir y a mí no me gusta hacer el oso…".

Y qué mejor ahora, cuando seguimos achicharraos por el lorenzo, que recordar aquella anécdota que nos dejó Perico:

Iba un buen día el marqués a caballo desde su finca 'El Cuco' y, por Santo Domingo, se encontró con 'el Palillero', un hombre muy servicial, dispuesto siempre a dejarse degollar por don Pedro.

-¿Dónde vas 'Palillero'?

- A donde mande el señor marqués. Apeándose de su cabalgadura, le rogó que tuviera allí el caballo hasta que él regresara de hacer un asuntillo por ahí cerca.

-Lo que usted mande, señor marqués. Yo aquí me planto y no me muevo hasta el día del juicio final.

- Hombre, no es para tanto. Sólo va a ser un momento.

Ya en la calle Larga, el marqués de Torresoto se encontró con un amigo y empezaron a hablar de sus cosas: que si las bodegas, que si el campo, que si las vacas, que si el polo, que si esto o aquello... Total, que a las tres de la tarde se encontraban los dos en el comedor del Vista Hermosa, en El Puerto, dispuestos a meterse entre pecho y espalda un caldillo de perro, unos ostiones fritos, unas gambas al ajillo... Y como la corrida estaba al caer y el cartel era superior, de la mesa a la plaza de toros. A la salida, que si la copita, que más amigos, y de El Puerto a Puerto Real, que estaba entonces de moda en lo mejor del verano. Por la noche, el Casino y, para el día siguiente, excursión a las canteras con mujeres guapas de Jerez y Sevilla.

A los tres días, Torresoto, que sale de 'El Cuco' muy de mañana en su viejo automóvil camino de la bodega, llega a Santo Domingo y ve al 'Palillero' con un caballo.

- ¿Qué haces aquí, 'Palillero'?, ¿ese caballo no es el mío?

-Aquí estoy entoavía, señor marqués, aguardándole a usted. Y no se apure, porque los dos, el caballo y yo, hemos comío estos días y habemos descansao por la noche por ahí atrás del Convento. Y yo fui y me dije: el señor marqués no habrá perdido la chaveta y se acordará de que aquí estamos. Y ya lo está usted viendo con sus propios ojos.

-Hombre, es que salió un asuntillo, así de repente... Total, que aquí estoy. Y como no sé cómo agradecerte tu interés por mí, puedes quedarte con el caballo. Te lo regalo, ea. Y, a propósito, ¿ha hecho mucho calor por aquí estos días?

-Ojú, señor marqués. ¡Tela del telón!

Entre todos los recuerdos, existe, sin embargo, en la bodega algo que llama la atención a todo aquel que la pise. Se trata de un libro de cuentas que se salvó de los bombardeos alemanes a principios de 1940 cuando las oficinas de González en Londres fueron totalmente arrasadas. El libro se recuperó, casi como una reliquia, y se conserva en el archivo de la bodega. Todos los visitantes cumplen con un rito… y huelen sus hojas: ¡Todavía despiden el olor del humo!

Por cierto que anda por ahí un estudioso británico que ha estado como 'rata de biblioteca' por los archivos de la bodega y algo ha descubierto sobre un hecho singular: Cómo los jerezanos lograban exportar sus botas y llevarlas a puerto en la segunda gran guerra sin que su camino se viera entorpecido por el fuego de los submarinos alemanes. Parece que más de dos centenares de cargas llegaron a los muelles de Dublín, para su posterior traslado a Londres, pero en total parecía que los envíos al extranjero sufren una sensible caída en tiempos de guerra.

Y de los ratones del capataz Galván, ¿qué? Pues nada que, visto los tiempos que corren, cogerían la puerta de La Constancia y de ellos jamás se supo.

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