Jerez en el recuerdo

Paseando por la historia

  • Un paseo sin prisas por Jerez para redescubrir por sus viejas calles algunas cosas de sus hombres preclaros, sus monumentos, su historia y sus aconteceres.

CON la tranquilidad y el sosiego que otorga un tiempo en el que ya la vorágine laboral de la vida desapareció para siempre a causa de una merecida jubilación, trato a veces, paseando sin prisas, redescubrir y rememorar por sus viejas calles algunas cosas de este nuestro amado Jerez, de sus hombres preclaros, de sus monumentos, de su historia, de sus aconteceres…

Ello me llevó hace poco a admirar nuevamente el primoroso ventanal plateresco esquinado de la antigua casa de los Ponce de León en Carpintería Alta. Creado en 1537 al parecer por un alarife llamado Francisco Álvarez, en la parte inferior del mismo, si nos fijamos, aparecen dos curiosas leyendas: omnia pretervnt preter amare devm (Todo perece excepto el Amor de Dios) y vanitas vanitatvm et omnia vanitas (Vanidad de vanidades y todo vanidad). Leyendas en estas centenarias piedras que ciertamente hacen meditar.

A continuación, justo enfrente, me asomé al atrio del convento de Santa María de Gracia con la intención de comprar a través del torno un pequeño surtido de sus exquisitos dulces navideños. Un convento de monjas agustinas fundado en 1526 gracias a la generosidad de una dama de nombre Francisca de Trujillo, la cual donó su casa y otros bienes para fundar el mismo. Me vino entonces a la memoria un hecho insólito que ocurrió en el año 1784, cuando un grupo de catorce monjas, sin que nunca se llegaran a conocer las causas, se rebeló contra la madre abadesa, a la que tras quitarle el báculo y las llaves, salieron en procesión hasta el Convento de San Cristóbal donde permanecieron refugiadas durante más de un año, se supone que hasta la destitución de la abadesa por parte de la autoridad eclesiática.

Llevado por los sueños continué hacia San Juan de los Caballeros, donde en mi imaginación traté de revivir la historia de aquellos adalides, también llamados Caballeros 24, que en la capilla de la Jura, allá por el año 1285, escribieran con la sangre de sus venas una misiva al rey Sancho IV el Bravo pidiéndole socorro ante el asedio sarraceno que había sido impuesto a Jerez. Socorro que llegó a tiempo de impedir aquella grave amenaza que se cernía sobre nuestra ciudad.

Pasé luego junto a la iglesia de Santiago el Mayor, símbolo y emblema de ese arrabal del mismo nombre, cubierta andamios y vallas, con la esperanza que algún día pueda volver a lucir todo su gótico esplendor. Ruina que, como ahora, sufrió este templo en varias ocasiones, la primera en 1695 con el hundimiento de su nave central. Otros graves deterioros los sufrió también a lo largo del siglo XIX, hecho que volvió a ocurrir a mediados del XX, y por último en nuestros días. Casualmente y coincidiendo con el hundimiento habido en Santiago en 1695 fue cuando se iniciaron las obras para la construcción de nuestra Catedral. Obra que se paró ese mismo año al poco de comenzar, reemprendiéndose diecisiete años después gracias a una donación de cien mil pesos por parte del Arzobispo de Sevilla, Mons. Arias, el cual legó además en su testamento otros doscientos mil que nunca se pudieron cobrar.

Luego, al llegar a la calle de la Sangre me detuve ante la capilla del antiguo Asilo de San José, para contemplar sobre el dintel de su puerta la réplica de un valioso altorrelieve del siglo XIII, cuyo original se encuentra depositado en el Museo Arqueológico. En el mismo representa al Señor saliendo victorioso del sepulcro con uno de sus pies sobre el sicario que lo custodiaba. No pude entonces dejar de recordar una efeméride, tal fue la heroica batalla que tuvo lugar en 1909 en los campos de Taxdirt al sur de Melilla, librada por el 4º Escuadrón del Regimiento de Cazadores Alfonso XII con guarnición en Jerez contra los insurrectos indígenas. En memoria de dicha gesta y el regreso de aquella unidad a nuestra ciudad, dado que a la sazón se había iniciado la construcción el hoy desaparecido cuartel de Caballería de Tempul, se rotuló esta calle con el nombre de dicha batalla y en recuerdo de aquellos valientes jinetes.

Otra de estas mañanas navideñas, contemplando en nuestra Plaza del Arenal esos poco favorecidos y anodinos edificios construidos en las dos esquinas de la Lancería allá por los años sesenta, así como el precioso reloj de Losada escondiéndose tras un árbol como avergonzado que la gente lo vea sin vida, me vino a la mente el trágico suceso acontecido en este arenal el 25 de agosto de 1664. Resulta que acuartelados en su paso por Jerez con destino a Portugal de un tercio compuesto por 1.400 soldados de alemanes al mando del conde Porcia, ocurrió un grave altercado con unos carreteros locales por cuestión del agua para las caballerías. Comenzó por ello una gran discusión y varios soldados tudescos maltrataron a un carretero, saliendo en su defensa varias docenas de jerezanos a los que se enfrentaron otros tantos alemanes. A la vista del cariz que estaba tomando la situación, un hombre subió a la torre del reloj de San Dionisio y tocó arrebato. En pocos minutos acudieron centenares de jerezanos y otros tantos soldados alemanes. Fue tan feroz y enconada la pelea que en la plaza quedaron como cuenta la historia, no sé si exagerado, más de cuatrocientos muertos y heridos entre soldados y locales. Como consecuencia de estos sucesos el rey Felipe IV envió a Jerez un delegado especial con la misión de esclarecer lo sucedido y castigar a los culpables. El asunto estuvo a punto de costarle a nuestra ciudad el título de "Muy Noble y Muy Leal".

Después me senté reposadamente a tomar un café en el Consistorio. En una mesa contigua oí a unos agricultores lamentándose no haber podido sembrar a causa del tiempo que llevaba sin caer una gota de agua, y lo poco que habían sembrado estaba ya al límite de perderse. Entonces recordé la costumbre de sacar en procesión al Cristo de las Aguas de San Dionisio en rogativas por la lluvia, en la que siempre el inolvidable cura Bellido portaba un paraguas por si acaso aquello daba resultado. También recordé lo que relata el historiador Sebastián Marocho en su crónica "Cosas notables ocurridas en Xerez de la Frontera" cuando el domingo 2 de febrero de 1672 llovió tanto en Jerez que la gente que estaba en las misas no pudieron salir de los templos por las grandes inundaciones, cosa que obligó a los frailes de Santo Domingo a dar de comer a los asistentes a la misa. A este respeto cuenta también el citado historiador que, en 1656 en el entierro de la hija de un Villavicencio, llovió tanto y tan fuerte que para el sepelio de la difunta en lugar de trasladar el féretro a hombros como era costumbre, hubo de utilizarse un coche de caballos de los pocos que había por aquel entonces en Jerez. Consignando este hecho como un acontecimiento local, ya que fue la primera vez que ello se hacía de ese modo.

Ya de vuelta, en lugar de tomar por Plateros, lo hice por la calle de atrás, por la de Chapinería, donde parece ser que en una tienda allí situada se vendió por primera vez tabaco en Jerez, ello fue en 1655. Es de suponer que en principio aquel negocio tuviera poca clientela, poco más o menos como las diversas tiendas para la venta de cigarrillos electrónicos que no hace mucho proliferaron en Jerez, las cuales en su mayoría han cerrado o cambiado de actividad.

También por aquel tiempo llegó a Jerez desde las Américas un producto que con el tiempo gozaría de gran favor entre la gente. Se trataba del chocolate, y fue precisamente a parar en un principio al convento del Espíritu Santo. Bebida de los cielos que vino a sumarse a las exquisitas bizcotelas que las monjas elaboraban allí al menos desde el siglo XVII. Años más tarde se establecerían en Jerez las llamadas chocolaterías, antecesoras que fueron de las botillerías o cafeterías, de las que fueron pioneras en nuestra ciudad, ya en el siglo XIX, La Junquera, La Veracruz o el Café del Conde.

Y así termino por hoy este paseo por el desván de los perdidos recuerdos en un soleado día de invierno que más bien parecería primavera, a no ser por las pardas hojas que tapizan las calzadas de esta viejas calles y plazas que tienen vida y tienen alma, que guardan secretos, aconteceres e historias bajo los claros resplandores de otros cielos, de otros tiempos, de otros amaneceres, de otros ocasos, de otras noches estrelladas.

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