La otra mirada

223 lágrimas de jardín polar

EN febrero de 2010 les traía a esta página una exposición en la Kursala que me había impresionado de una manera especial. Jardín Polar se llamaba, y se trataba de una sutil y delicada obra poética de la fotógrafa madrileña Olga Simón. Debo de confesarles que, mezcladas, fotografía y poesía son mi perdición, sobre todo cuando es poesía fotográfica. Y aquella exposición era uno de los más claros y mejores exponentes que de dicha faceta de la fotografía he presenciado en los últimos años.

Para quien la recuerde, Olga Simón componía cada verso con imágenes obtenidas de una barra de hielo que contenía en su interior fragmentos de cartas y relatos de amor, fotografiando el proceso de deshielo hasta que la tinta vuelve a entrar en contacto de nuevo con el aire y recobra su estado...

Las emociones, las sensaciones y los recuerdos congelados recobraban su fluidez, tras la etapa gélida que atravesaban. Las imágenes de la evolución del cambio de estado de la materia llevaban a interpretar cierta recuperación de la ilusión o, al menos, de aceptación de lo vivido, para volver a un jardín cubierto por la escarcha.

Sin duda, un trabajo nacido y expresado desde el interior de su autora, y desde las emociones, sentimientos y sensaciones que habitan en lo más profundo y auténtico de nuestras almas, de nosotros mismos. Poesía emocional...

Pues bien, aquel trabajo de 2010 de Olga Simón, ahora en 2014 muta o se adapta a otra realidad, y aunque la semana pasada afirmaba que sólo excepcionalmente hablaría de exposiciones lejanas, esta semana voy y echo dos paladas más. Y nos vamos a Colonia, a la galería 100 Kubik, donde la artista presenta una instalación titulada '223 lágrimas en el jardín polar'. Las 223 lágrimas tienen relación con las 223 niñas y jóvenes nigerianas que en la primavera de este año fueron secuestradas de su escuela por el grupo terrorista Boko Haram, con la finalidad de ser tratadas como esclavas y vendidas, o entregadas a los abusos sexuales de los propios terroristas. Un drama que conmueve al mundo y tiene destrozados a sus familiares. En esta misma semana se ha producido un nuevo ataque a otra escuela del país por el mismo grupo.

La instalación se compone de 223 pequeños fragmentos de cristal, a modo de lágrimas, colgadas de un frágil e inquietante hilo negro. Cada una de esas 223 lágrimas, distintas, simbolizan la vida de esas niñas, cada una diferente, frágil, transparente , limpia y que dentro de la instalación reflejan la luz y brillan como un diamante de forma especial.

La instalación se completa con fotografías del proceso de deshielo de aquellos fragmentos de amor que conforman Jardín Polar.

'223 lágrimas de jardín polar' pone el foco en el drama que están viviendo esas niñas. En el terrible hilo negro del que penden sus vidas y que en cualquier momento puede romperse. En la fragilidad y transparencia de sus existencias. En la barbarie humana, en la impotencia. En el fundamentalismo que pone como excusa la religión para acometer atrocidades. Y lo hace con el estilo propio de la autora Olga Simón. Un estilo poético, cargado de emociones, que fluye desde la búsqueda más interior de sus sentimientos.

Para ello completa la instalación con su trabajo poético e introspectivo Jardín Polar. Son estas macrofotografías las que crean el escenario emocional en el que describir y enmarcar la tragedia. Un escenario de tristeza, desasosiego, pérdida, resignación. Pero a la vez de cierta esperanza en el "proceso de deshielo" que permita la vuelta de esas niñas con sus familiares. Una llamada de atención a la sociedad para que no cese de exigir solución al futuro de esas niñas. Un grito poético para que la tinta de la vida de esas niñas abandone el mundo gélido en el que están atrapadas, y vuelvan a escribir una historia. Una historia, sin duda, marcada por los acontecimientos, pero con un final abierto a la esperanza, abierto a la vida.

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