CADA frase de este artículo recuerda un infame suceso que fue sepultado con la poderosa arma que es el tiempo y la represión; un triste acontecimiento que, todavía hoy y después de cincuenta años, narran mis padres en esas tardes donde el mundo amenaza con venirse abajo; una historia que en este luminoso Agosto rescataré del olvido para homenajear a un gran hombre que jamás conocí pero que siento como a un pariente cercano.

Durante la cruda posguerra y en uno de los muchos cortijos -que existían y todavía sobreviven en la provincia- residían varios hermanos; tres hermanos que eran dueños de una misma finca a la que acudían a trabajar, cada mañana, cientos de labriegos de todas las esquinas de la serranía.

El milagro de esta historia reside en que uno de los hermanos -sólo uno- destacaba por su bondad y caridad hacia aquellos pobres que, impedidos por alguna razón, se acercaban a las puertas del cortijo para pedir algo que llevarse a la boca..., y la verdad es que no les hacía falta mendigar porque a los pocos minutos ya salían de la finca con garbanzos para cocer o alguna rodaja de pan en el peor de los casos..., y fue así hasta que el buen hombre apareció muerto. Cuentan las estaciones y los años que fueron sus propios hermanos los que lo asesinaron para acabar con aquel desfile famélico que vaciaba la inagotable despensa familiar. Nadie del pueblo lo dudó nunca.

Un ansiado consuelo es creer que el destino pone las cosas en su sitio..., pero aquí no: él sigue bajo tierra, los pobres continuarán pidiendo pan y justicia y los asesinos fallecieron en lujosas camas de seda...

Pero HOY -porque siempre es posible- podemos hacer justicia y recordar a aquel hombre que murió por ser caritativo con otros hombres; HOY -y eso ya no podemos retrasarlo más- es el día para decidir en qué lado queremos estar.