Hay palabras que se deslizan en nuestro día a día y se repiten con insistencia. Algunas se quedan algún tiempo y luego casi desaparecen. Otras llegaron para quedarse. En estos días que se ha presentado el nuevo Diccionario de la Real Academia, es oportuno reflexionar sobre el poder de las palabras, sobre el efecto que producen en una sociedad en cambio. En ciertos aspectos, la cultura de lo instantáneo ha afeado el lenguaje. A raíz de la crisis del ébola, un ejemplo es la palabra "asintomático": con lo fácil que es decir que los pacientes ingresados se encuentran bien, que no tienen fiebre, o calentura. Es más estético que asintomático, más literario, menos frío. Tenemos también una buena colección de palabras que sólo sirven para rellenar, y no aportan nada: por ejemplo, "sostenible"; muy del gusto del progresismo, para el que sostenible es aquello que está en su línea de pensamiento. Y lo que no, es insostenible, inadmisible. Es lo que tiene la corrección política. En nombre de esa corrección, o con su coartada, se han cometido cientos de tropelías en nuestra democracia. Así, que sus salvadores, que hablan en nombre del pueblo, nos han traído la palabra "Casta", que denomina a todos los que se lo han llevado por la cara. No les falta razón. Éstos también nos han actualizado términos como "auditoría de la deuda", que es lo mismo que decir que las deudas las pagarán el día después del juicio final, al que nos sacarán billete en primera fila; le han dado un nuevo significado a "renta básica universal", que es reformulación del viejo comunismo, y la condena a la pobreza de la mayoría. Se acercan tiempos en los que hemos de estar atentos a las palabras, a su significado, a su carga de intención; muchas están envueltas en engaño, en promesas ilusas. ¿Podemos desenmascarar esta nueva casta? Sí se puede.