EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

El ataque frustrado de Nelson a Cádiz

Tres fracasos en tres intentos. Las murallas y los baluartes diseñados por Blas de Lezo y la táctica de Mazarredo lograron que los ingleses no pudieran invadir la capital gaditana en 1797

Una de las grandes diferencias entre Blas de Lezo y Horacio Nelson es que el marino vasco no fue derrotado en vida por otras fuerzas que las de la propia administración española, que tan poca honra hizo de sus muchas y acreditadas virtudes, una realidad que los británicos suelen replicar con sorna argumentando que, no siendo contemporáneos, Lezo nunca se encontró con Nelson en la mar, lo que es verdad sólo hasta cierto punto, pues en el ataque frustrado a Cádiz en 1797, el almirante inglés se topó no sólo con la bravura e inteligencia de otro marino vasco, José de Mazarredo, sino con las murallas y baluartes sabiamente diseñados por Lezo en su época de Comandante General de Cádiz, e inspiradas en su experiencia en las heroicas defensas de Tolón y Orán.

El ataque de Nelson a Cádiz puede considerarse una de las primeras consecuencias del tratado de San Ildefonso firmado entre España y Francia para hacer defensa común ante Inglaterra, y aunque se impuso la sagacidad táctica de Mazarredo, significó al mismo tiempo el principio del fin de la época gloriosa de Cádiz, ciudad en la que antes del bloqueo del Almirante Jervis entraban más de mil barcos al año, que pasaron a ser apenas una treintena después de que éste dispusiera frente a Cádiz lo que se dio en llamar la "ciudad flotante de los ingleses".

Unos años antes Cádiz era una de las ciudades más florecientes de Europa. Sólo en sus tiendas podían los españoles encontrar artículos tan exóticos como paños de Inglaterra, lanas de Rouen, sedas de Saint Malo, tapices de Flandes o esclavos negros del Congo, además de los llamados artículos de París, para los que la ciudad mantenía abiertas una treintena de tiendas. Para entonces las llegadas de las Flotas de Indias eran advertidas desde las altas torres que aún hoy siguen dominando la ciudad, originando el repicar de campanas en toda la urbe y la afluencia masiva de visitantes que llegaban ávidos de género desde todos los rincones de Andalucía.

Pero entonces sucedió el desastroso combate de San Vicente, en febrero del 1797, cuando Jervis sorprendió a Córdova en la mar. Sólo Nelson, su comodoro, apresó dos barcos con sus tripulaciones completas y en total se perdieron cerca de 1.500 vidas y fueron hechos prisioneros 3.000 marinos. Los buques españoles que consiguieron escapar corrieron a refugiarse a Cádiz y Nelson los siguió, procediendo al bloqueo de la ciudad para hacerlos salir con idea de hundirlos. Un consejo de guerra despojó a Córdova de su mando y galones, enviando a Cádiz a José de Mazarredo, que en esos momentos sufría destierro por las críticas hechas al mal estado de la Flota y de sus hombres.

Con Mazarredo trabajando a marchas forzadas en el fortalecimiento de las defensas de la ciudad y en la instrucción de los marinos que habrían de defenderla, la escuadra de Nelson se presentó delante de Cádiz, echando el ancla en el Placer de Rota, situado frente a los famosos corrales de la villa, bloqueando de esa forma el puerto de la ciudad. Cuando el cerco comenzó a prolongarse, la mayoría de las tiendas comenzaron a cerrar por la falta de género, y los pocos gaditanos que podían sobrevivir lo hacían a base del trapicheo de los escasos productos con que las embarcaciones más pequeñas conseguían burlar el bloqueo, aunque, a ruego de Mazarredo, Jervis, generosamente, tuvo a bien permitir que los pescadores siguieran faenando, por constituir el producto de su trabajo el sustento de las clases más desfavorecidas.

De este modo fueron los pescadores los que trajeron la noticia de que Jervis había ordenado a Nelson cesar el hostigamiento y algunos gaditanos se echaron a la calle en una explosión de alegría, aunque otros recordaban en los corrillos cuando el envidioso Calder fue a Jervis con el chisme de que Nelson había desobedecido una orden suya en San Vicente y este contestó con aquella frase lapidaria: "Ya lo he visto, Calder, y esté seguro de que a usted también le perdonaré si es capaz de cometer una falta semejante…"

Era un bulo, porque la noche del 3 de julio Jervis adelantó posiciones para proteger el desembarco de Nelson en la Caleta, lo que este intentó apoyado por unas bombardas que escoltaban un grupo de unidades ligeras, posicionándose las bombardas a la altura del castillo de San Sebastián, desde donde sus disparos hacían mucho daño a la ciudad. Mazarredo, que no había perdido el tiempo, mandó salir a los distintos grupos de lanchas que había estado pertrechando y adiestrando a escondidas en Rota, la Caleta y Sancti Petri. Cuando una de estas divisiones al mando de Federico Gravina consiguió silenciar el fuego inglés, se llegó al abordaje y al combate cuerpo a cuerpo, y aunque las fuerzas españolas consiguieron repeler el ataque, tuvieron más bajas que los ingleses, cabiendo destacar entre estas últimas la del marinero John Sykes, que se inmoló para detener con su cuerpo un disparo que buscaba el corazón de Nelson y que podría haber cambiado la historia. Los gaditanos celebraron la derrota inglesa con uno de sus tanguillos: ¿De qué sirve a los ingleses/tener fragatas ligeras/si saben que Mazarredo/ tiene lanchas cañoneras?

Nelson volvió a la carga dos noches después con mayores fuerzas y su ataque causó daños considerables en Cádiz como consecuencia de tres importantes y voraces incendios. En esta ocasión los gaditanos buscaron refugio en las poblaciones vecinas, quedando la ciudad prácticamente vacía, lo que dio lugar a aquella otra copla: Ya no hay en la calle Ancha/damas tapadas/porque han huido todas/de las granadas/ aunque en el puerto/muchas que eran tapadas/se han descubierto... En cualquier caso, la flotilla de buques menores de Mazarredo volvió a emplearse a fondo y a base de importantes bajas volvió a repeler el intento de desembarco de Nelson, que aún volvió a intentarlo tres días después, aunque en esta ocasión fue el tantas veces molesto viento de levante el que se erigió en improvisado defensor de la ciudad y le hizo desistir, marchando entonces a Canarias para lanzarse sobre Tenerife, donde el gran estratega naval que, como Lezo, ya era tuerto a resultas de una escaramuza en Córcega, perdería también el brazo como consecuencia del impacto de una bala de cañón, identificándose aún más con su alter ego vasco.

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