EL surrealismo fue una tendencia artística de vanguardia que, con el correr del tiempo, tomó cartas de naturaleza en muchos actos protagonizados por ciertos especímenes humanos, sobre todo últimamente, cuando los hechos y actuaciones de algunos, han elevado a una categoría máxima que deja de ser artística para convertirse en extremos absolutos de lo absurdo, la insensatez y la poca vergüenza. Si usted, amable lector, va al tanatorio a dar las condolencias a un amigo por la muerte de un familiar, ¿se le ocurre pedir el tiquet al vigilante del aparcamiento para presentarlo en su empresa? Pues un dirigente de la Universidad de Cádiz, en cuarta ocasión que tuvo que acudir a testimoniar a los familiares de un difunto, solicitó impunemente su correspondiente justificante de estacionamiento. Me imagino que el señor aparcacoches era de los legales. Piensen por un momento la escenita del mismo profesor pidiendo el papelito a un gorrilla. Santiago Segura sólo hubiera tenido que sacar la cámara en el aparcamiento del tanatorio sin necesidad de contratar a Jesulín como protagonista gorrilla. Otra digna de Buñuel, el gran maestro del surrealismo. Algún elemento del claustro universitario gaditano debe estar enganchado a los caramelos pues encarga quilos y quilos de tales golosinas para ¿su consumo?, para ¿premiar a sus alumnos cuando éstos aprueban?, para ¿reconfortar la garganta tras las duras sesiones habladas? o ¿porque era rey mago?; al menos tuvo la buena conciencia de encargarlos sin azúcar por aquello de las caries o, me temo, que porque pudiera ser diabético. Si no fuera por la desfachatez y la poca consideración que tales hechos suponen, hasta podrían ser motivo de letras de carnaval, ya que se trata de la Universidad de Cádiz. Pero lo jocoso se pierde y se accede a una absoluta falta de vergüenza.