La tribuna

víctor J. Vázquez

Cataluña: cuando el tiempo nos alcanza

EL viejo político socialista Alfonso Guerra renunciaba hace unos días a su acta de Diputado tras diez legislaturas ininterrumpidas. En estos años el ex vicepresidente ha asistido en primera persona a muchos e importantes sucesos de nuestra vida política, pero creo que pocos le habrán sorprendido tanto cómo el que una comunidad autónoma haya desobedecido una resolución del Tribunal Constitucional, convocando una consulta popular sobre su continuidad en el Estado español. Como todo el mundo sabe, esta consulta se celebró con un éxito no definitivo pero sí considerable y el Estado no hizo nada para impedirlo. El artículo 155 de la Constitución que posibilita la suspensión estatal de la autonomía, y al que había aludido el propio Guerra como remedio en alguna ocasión, no se aplicó, transformándose este artículo desde entonces en una suerte de símbolo de lo que podríamos llamar: nostalgia de Constitución. Y es que si algo ha quedado claro después de este agitado otoño catalán es que la Constitución formal de nuestro país difícilmente integra ya de una manera satisfactoria la complejidad territorial de nuestra Constitución material. No hay quiebra de la Constitución, pero sí una nostalgia incurable de aquella concepción triunfal de esta norma que con fundado orgullo podían enarbolar quienes como Alfonso Guerra contribuyeron de manera especial a darle forma. Seguramente éste deje la política con una tesis particular acerca de cuándo y por qué se estropeo el asunto pero, de cualquier forma, él, tan cernudiano, habrá podido constatar que el tiempo ha alcanzado a la Constitución y con ello a él mismo y a quienes fueron sus principales hacedores.

En cualquier caso, sería ingenuo pensar que este nuevo tiempo político en España, un tiempo que se llama Cataluña, sólo ha pillado a contrapié a una generación de políticos. El tiempo catalán, el tiempo de España, es un tiempo posmoderno y líquido, un tiempo irregular y veloz que alcanza a todos sin que ninguno sepa bien qué hacer con él. No está de más recordar cómo un observador tan bien informado como el president de la Generalitat, Artur Mas, interpretó este tiempo histórico como una oportunidad para convertir a su partido en una fuerza mayoritaria y transversal, y a su persona en una suerte de faro mesiánico dentro de este convulso tiempo histórico que vive su pueblo. Años después del inicio de esta empresa, la realidad es que el sistema político catalán, después de Diadas, consultas y querellas, lejos de servir para sintetizar la sociedad de una forma gobernable en torno al partido alfa del president, es hoy un sistema tremendamente ineficaz en cuyo Parlamento es más que previsible que en un futuro estén representadas hasta diez fuerzas políticas, algunas de ellas hasta hace poco extraparlamentarias. Por si fuera poco, hace unos días, el president tuvo que ver cómo un joven madrileño con coleta, un puritano apócrifo, acudía a hablar a los catalanes obteniendo un éxito y una repercusión fabulosos. El lenguaje de este político, el lenguaje de Pablo Iglesias, fue ambiguo y difícilmente inteligible: "derecho a decidir sobre todo", "país de países", "plurinacionalidad", "proceso constituyente"… Ambiguo, ininteligible, sí, pero siempre bajo el brillante amparo de lo moderno. De la noche a la mañana la modernidad viniendo de Madrid y hablando a los catalanes, todo un imprevisto para el president y sus compañeros de viaje, felizmente acomodados a la simpleza estratégica de Mariano Rajoy, el presidente mudo, quien tras cuatro Diadas y una consulta no ha sido capaz de salir de la humareda de su despacho, para decir a aquellos catalanes que se manifestaron otra palabra que no sea Constitución. Permanecer quieto aunque el tiempo -el tiempo catalán- se mueva, esta parece ser la estrategia del presidente español, un virtuoso del tancredismo, empeñado en creer que lo que siempre le ha ido bien a él para sobrevivir -no cambiar, no moverse, permanecer inmóvil…- es lo mismo que necesita la Constitución de un país para que el tiempo no la alcance.

Pero que el tiempo español es hoy un tiempo catalán y éste alcanza a todos, es algo que hoy ya saben los jóvenes de Podemos. Cataluña les ha puesto por primera vez en el ruedo y pronto tendrán que comprobar cómo oponerse con argumentos a la independencia de una parte del territorio español o defender un modelo territorial de Estado marcado por la solidaridad interregional, es una tarea que en este país se enfrenta a las dificultades más imprevistas y a los adversarios más inagotables. Decía Iglesias que la solución para esta cuestión es una solución radicalmente democrática: un proceso constituyente en el que todo se decida. Para esa aventura hay dos caminos: lograr una verdadera hegemonía social a partir de un código transversal y populista, o pactar y entenderse con extraños compañeros de viaje. Ellos han elegido el primero y algunos pensamos que el tiempo les hará comprender que todo proceso constitucional legítimo e integrador implica algún grado de entendimiento con quien piense muy distinto a ti. Esto último hizo el viejo diputado socialista Alfonso Guerra y hoy que el tiempo le ha alcanzado sigue intacta mi admiración por ello.

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