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Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Universidad

HACE unos días, en estas mismas páginas, Ana Botín, presidenta del Banco Santander y de Universia, consideraba la mejora de la universidad para ofrecer a cada ciudadano la oportunidad de construir su proyecto de vida como el principal desafío que tiene planteada la sociedad si quiere ir en la dirección de ser progresivamente más dinámica, competitiva, responsable y justa. Toda una declaración de intenciones que viene además de una institución financiera que se ha empleado a fondo y ha invertido mucho dinero en demostrar que la excelencia universitaria no es un problema que competa sólo a los que en ella trabajan o ser forman, sino que es una cuestión que afecta al conjunto de la sociedad porque tiene mucho que ver con el progreso, la innovación y la mejora de la calidad de vida de un país. España tiene un problema en su universidad y Andalucía lo tiene de forma mucho más acusada. Es un problema de medios y de recursos públicos. Pero, sobre todo en esta región, también lo es de gestión y de incentivación del profesorado y de la preparación de los alumnos que llegan a ella. En Andalucía hemos pasado en pocas décadas, las que llevamos de desarrollo autonómico, de tener algunas facultades y escuelas que eran referencias nacionales e incluso internacionales a estar en la práctica desaparecidos de los principales rankings que miden el prestigio universitario.

Ello no significa que tengamos una universidad mala o en la que se investigue poco. De hecho, se podría argumentar poniendo cifras encima de la mesa que pasa todo lo contrario y que en no muchos años se ha dado un vuelco positivo. Pero todo ahora es mucho más difícil: vivimos en un mundo globalizado y extremadamente competitivo en el que la excelencia es lo que se valora y lo que sirve como tarjeta de presentación. En Andalucía la universidad se ha universalizado; hay una en cada provincia y facultades en localidades que hace años podían considerarse afortunadas con un instituto de Secundaria. La consecuencia ha sido que se han dispersado esfuerzos y que en centros donde antes se brillaba hoy no se pase de la discreción. Los rankings muestran que se está ahondando la brecha entre las universidades, sobre todo las públicas, catalanas y madrileñas con las del resto de España. A nosotros nos falla la excelencia porque nos falla la base: la financiación, la motivación del profesorado y la preparación con la que llegan nuestros jóvenes a los estudios superiores. De modo que haríamos bien en seguir el consejo de Ana Botín y apostar por la educación y la universidad como la principal palanca del futuro.

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