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Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

Santiago

Hace tres años, justo en las vísperas de la festividad del Apóstol, comenzaba este lastimero recorrido por nuestra Ciudad Olvidada con la parroquia de Santiago como primera y funesta parada. En estos días de 2016 el escepticismo ha sido sustituido por la euforia. Un cambio de ánimo lógico ante la vista de un templo que parece por fin haberse salvado de su pertinaz ruina. No obstante, la razonable alegría del momento nos lleva a no recordar lo peor de estos once años de cierre: el vergonzoso abandono en que quedó el edificio a causa del limbo legal a que dio lugar la paralización de las obras de restauración. Tal vez sea absurdo ahora buscar culpables (todas las partes lo fueron en alguna medida) pero tampoco conviene ignorar el mal hecho, si queremos aprender de los errores pasados. Por eso, al entrar hoy en la iglesia recuperada debemos tener en cuenta que ya hubo mucho antes otras "jornadas de puertas abiertas", aunque no de solerías relucientes ni de fotografías para el recuerdo, sino de vallas levantadas y de "souvenirs" sacados a hurtadillas… Fue entonces cuando se robaron las esculturas de bronce del baldaquino del altar mayor, que luego se recuperaron, si bien no en su totalidad. También en aquellas "visitas" salieron con rumbo desconocido distintos pedazos del único retablo que conserva la iglesia, incluyendo columnas de varios metros. Fue, asimismo, cuando se dejó que se cayeran los interesantes relieves de madera policromada de los cuatro evangelistas de la cubierta interior de la capilla del sagrario, ocasionando daños que seguramente son irreparables.

He aquí la gran maldición de Santiago: la de perder paulatinamente su patrimonio en cada una de sus sucesivas ruinas. La de convertirse en una arquitectura más y más desnuda, como ni siquiera soñaron aquéllos que, a finales del siglo XIX, quisieron reinventar su gótico.

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