Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

L A vida es muy rara. Hace tres noches estaba en un hospital público, compartiendo habitación con un gitano rumano que tenía un genio de mil demonios y que roncaba como un plesiosaurio. En los peores momentos, cuando no podía dormir y las ideas más negras se me venían a la cabeza, me distraía pensando en una banda sonora que me sacara del pozo negro. Pensaba en canciones de los Small Faces, de los Flamin' Groovies, de los Creedence, de Leonard Cohen. Y de algún modo, sólo por pensar en esas canciones que me habían hecho feliz, la negra noche en un hospital público se hacía más llevadera, mientras el pobre Jorge -así le llamaban las enfermeras- gemía en la cama de al lado.

Pero lo extraño es que ahora mismo estoy escuchando esas mismas canciones en un programa maravilloso de Radio3 (El sótano, benditos sean sus responsables), mientras miro el mar y luego me entretengo contemplando cómo las garcetas blancas y las gallinetas van a beber a una laguna costera. Si alguien me dijera que hace dos noches yo estaba dando vueltas en una cama de hospital, me costaría mucho creérmelo. Y menos aún si me dijeran que mi compañero de habitación iba a ser un gitano rumano malhumorado y gruñón. Pero las cosas fueron así. Y sin embargo, ahora mismo, la única realidad que tengo delante es el azul cobalto del mar y el vuelo de esas aves que van a beber a la puesta del sol. Pero la vida está hecha justamente de esa insuperable dualidad: las negras noches en un hospital público y las mañanas esplendorosas frente al mar, los quejidos de un hombre que se está muriendo y las maravillosas canciones de los Small Faces.

Pienso en todo esto mientras repaso el pésimo panorama político que vivimos: la olla de grillos, el delirio, el teatro barato, todo parece haberse juntado en el peor momento posible. Pero al mismo tiempo, el azul cobalto del mar está ahí, y las garcetas que planean sobre la laguna, y esto también es innegable, tan innegable como la estupidez de una clase política que parece haber salido de los tiempos de Fernando VII. Así que sólo nos queda refugiarnos en ese puñado de canciones gloriosas -Leonard Cohen, Flamin' Groovies, los Creedence, los Small Faces-, mientras el mundo se va a hacer puñetas y un pobre hombre que se está muriendo y lleva ya tres meses hospitalizado gime durante toda la noche en una cama de hospital. Buen verano a todos.

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