Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

El Beaterio de las Nazarenas

EN la esquina de la calle Gaitán con la plaza del Mamelón, hallamos otra de esas muchas construcciones jerezanas donde se da la maldición de la suma de un sugestivo pasado y un presente de abandono. Hace sólo un par de años fue un restaurante pero, tras el cierre del negocio, su estado de conservación ha motivado que parte del exterior haya sido vallado. No es un edificio de enormes dimensiones pero sí de cierta potencia visual, pese a las alteraciones que ha sufrido a lo largo de su historia y que han ido enmascarándolo. De hecho, puede que nos sorprenda saber que su función original fue la de iglesia, ya que, ciertamente, muy poco de ello queda patente tras una observación rápida. Si eludimos toda la extraña y muy reformada zona superior, vemos una planta baja levantada en cantería. En la sencillez de la fachada apenas nos llaman la atención las curiosas piedras de molino que fueron incrustadas en el muro para darle consistencia y protegerlo del desgaste del paso continuo de las carretas y coches de caballos. Unas piedras que nos hablan de la corriente existencia de molinos de trigo y aceite en la ciudad en siglos anteriores. El interior aún conserva restos de una sola nave de severa arquitectura y coro elevado a los pies.

Fue la iglesia del conocido como Beaterio de las Nazarenas, que fue fundado en 1642 por una viuda llamada Ana Díaz y que tuvo como objetivo recoger a prostitutas arrepentidas. Aunque hubo un proyecto de convertirlo en sede de una comunidad de monjas carmelitas en el siglo XVIII, nunca alcanzó el rango de convento y no pasó de ser un pobre recogimiento regentado por un grupo de beatas, ajeno a una orden religiosa. Su vida como beaterio acabaría con las desamortizaciones decimonónicas. Con todo, sus viejas paredes han resistido a sus sucesivos usos, y siguen esperando un mejor destino.

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