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Obituario

Antonio Arcas de los Reyes

Lele Castrillón: Gracias por tu ejemplo

Querida  Lele Castrillón: Cuando sufrimos tu pérdida, a los que disfrutamos de tu compañía más de 50 años, el mundo se nos presenta de forma muy diferente del que se nos presentaba en el día a día. Vemos que algunas cosas cambiarán y no volverán a ser las mismas.

Deseo aclararte que lo que a continuación escribo no es sólo el homenaje a una amiga, sino el cumplimiento del deber que creo que todos los que te conocimos tenemos contigo, de decirte lo que posiblemente muchos años guardamos y hoy, nos arrepentimos de no decirlo en su día. De hecho, más que escribir, solo transcribiré en palabras lo que tú escribiste con hechos. El mejor homenaje que podemos hacerte es demostrarte que tu ejemplo ha sido útil.

Aún recuerdo en tu temprana juventud, el interés que demostrabas por esas máquinas que empezaban a irrumpir en nuestro mundo, llamadas ordenadores, y que por la tarde nos contabas a todos lo aprendido y la mayoría no entendimos. Te recuerdo la elegancia con la que siempre desempeñaste tu trabajo en tu querida bodega de González Byass, mostrando tu eficacia y eficiencia, tu cercanía hacia tus compañeros como lo demostraron el día de tu despedida.

Me decía un buen amigo nuestro, de aquellos de hace 50 años, mientras te recordábamos, que siempre se te vio feliz entre nosotros. Estoy de acuerdo. Parecías muy feliz en nuestro grupo y muy especialmente en los últimos tiempos cuando hablabas de tus hijos, de tu gran amor Maulo, y de tu nieto.

Pero no era la tuya una felicidad regalada; toda felicidad exige una importante inversión de energías, y tú, querida Lele, simplemente la habías acumulado a lo largo de toda tu vida. Que nadie se equivoque: la felicidad gratuita no existe.

En los días anteriores a tu despedida, me acorde de la frase “El necio teme la muerte y huye de ella, el loco la busca, el sabio la espera”. Tú eras de los últimos. Y ciertamente, cuando se lleva una vida humanamente caudalosa, olvidándose del “yo” y entregándose a los tuyos, las personas sabias cuentan con estos finales. 

Ésa era tu forma de entender la vida y sencillamente creo que lo tenías asumido, y por eso estoy seguro que, aunque no buscaste la muerte, tampoco la temiste y simplemente la esperaste.

Contaría algunas de las muchas lecciones que siempre nos distes en la vida, con tu comportamiento y bondad, pero cuando se deja la pluma que escriba a través del sentimiento y el cariño, sobresale tu inmensa persona. También los momentos bellos que pasamos a lo largo de tanto tiempo, la dureza de la roca de la amistad de esos jóvenes quinceañeros que durante tanto tiempo supimos acompañarnos, lo que nos hemos divertido, y por qué no, aguantado. Lo que siempre nos divirtió conversar y las horas que nos pasábamos en tales menesteres y cómo nos solíamos reír, ahora ya ninguno de esos momentos volverán. 

Será imposible olvidarme de todas las cosas que compartimos juntos, desde aquellas reuniones en el estudio del padre de nuestro amigo Gastón, de nuestras primeras motos, las buenas meriendas de tu madre Pacurri, la calle Las Naranjas, el Nazareno, las acampadas en los Caños, las bodas… toda una vida que tuvimos la suerte de disfrutarte con gran cariño y admiración. Gracias por todo lo que nos distes, gracias por tu ejemplo.  

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