Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
LAS reescrituras de la historia consiguen que lo falso sea más popular que lo verdadero, que las mentiras cuenten con más seguidores que las verdades, que los dogmas se impongan a las opiniones y que los desatinos y los errores logren más crédito que el sentido común y la capacidad de discurrir; siempre que lo falso, lo mentiroso, lo dogmático, lo desatinado y lo erróneo se proclamen de izquierda. El monumento a Hernán Cortés en Medellín, su tierra natal, amaneció días atrás cubierto de pintura roja en señal de sangre y con acusaciones de 'genocida y fascista'. No vamos a decir nada del conquistador ni del imperio azteca que no esté en la biografía de Cortés de Salvador de Madariaga, un clásico de obligada referencia cuando se trata de este asunto. La obra se reedita de continuo, así que nadie argüirá desconocimiento. La ignorancia nunca es un progreso, pero fortalece a los imbéciles y envalentona a los majaderos.
El espíritu totalitario de ruptura con el pasado para crear un mundo nuevo no ha muerto. El enemigo no espera, acecha. Si los delirios de los visionarios no pueden ponerse en práctica, no pasan de ser personajes curiosos de imaginación desbordada. Por desdicha, hay ocasiones en las que los hacen realidad. Lo primero es destruir para construir un pasado y, lo segundo e inmediato, abolir todo asomo de libertad: se supone que sacrificando dos o tres generaciones se reconquistará el futuro en el Paraíso Terrenal. El siglo XX tiene ejemplos pavorosos, pero la terquedad es muy anterior. Jac Bockelson, el sastre de Münster, pudo en el siglo XVI imponer su utopía en la ciudad. El pasado, signo de los antiguos poderes, debía borrarse de la memoria. La catedral fue destruida, con sus obras de arte, a martillazos. Se impuso el terror. La virtud era obligatoria y los pecados, delitos. La blasfemia era castigaba con la muerte; la delación, premiada; las fiestas y diversiones, prohibidas. Es uno de los ejemplos, entre muchos, que incluye Cammilleri en Los monstruos de la razón, citado aquí días pasados.
El ataque a la estatua de Cortés no es importante como suceso perseguible por la justicia, pero es un detalle más de que las utopías son de nuevo el peligro cercano que debemos combatir. Hay signos apocalípticos: el igualitarismo retrógrado, el feminismo vengador, la homosexualidad festera, la prostitución sagrada, la sexualidad suelta para desahogar conflicto internos, la libertad como freno de la Libertad, el desnudismo obligado y la vida natural (ambos de origen nazi) para una salud que nos hará eternos; mezclados todos con otros ingredientes en un mundo de hermandad, bondad y virtud: mundo a oscuras de represiones y aburrimiento. ¿Creen de verdad los atacantes al monumento a Cortés que el conquistador fue fascista y genocida? Sí. Estemos en guardia para defender las libertades, porque esta gente no conoce nada más que una: la suya.
También te puede interesar
Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Lo complicado de lo sencillo
La ciudad y los días
Carlos Colón
Nacimientos y ayatolás laicistas
Monticello
Víctor J. Vázquez
Más allá de la corrupción
Lo último