Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1964: la Academia, Pilar Paz Pasamar, Manuel Lora Tamayo y Antonio Añoveros
LOS concentrados en las plazas de España, casi todos jóvenes o jóvenes todavía, no pretenderán quedarse acampados en ellas hasta que ocurra un prodigio celeste y conquisten las contradictorias pretensiones que manifiestan en sus consignas. Las salidas son varias, tampoco demasiadas, y casi ninguna deseable. El sistema político y económico por el que se rigen los países más desarrollados no va a cambiar por las buenas, en todo caso evolucionará o hará reformas para seguir siendo el mismo. Los ejemplos de la historia no les dan muchas soluciones. La salida más sensata y seguramente la más eficaz es unirse al sistema y participar en política. Los más avispados del llamado movimiento 15 M que, de momento, nada tiene que ver con el Movimiento Nacional, tomarán ese camino y se incorporarán con responsabilidades más o menos relevantes a los partidos existentes, a aquellos que representen algo, porque partidos para absorber a los indignados hay, aunque pocos los voten.
Otra salida es desencadenar revueltas, incluso una revolución, pero ni aquéllas ni ésta las hacen los grupos reunidos en la calle para protestar, si no vienen de fuera para dirigirlos cuadros, por lo general de clases acomodadas, con las ideas y los objetivos claros y capaces de unirlos. Pronto tendrían que levantar cadalsos para eliminar a la mitad de los revolucionarios y, un poco después, a la mitad de la mitad sobreviviente. Los que vayan quedando frenarán y rectificarán y la revolución habrá triunfado. No es de desear esa salida porque en una revolución es donde se ve la verdadera condición humana, a los grados de crueldad y bajeza a los que puede descender: primero los deseos se ponen al servicio de las ideas y, cuando la revolución está en marcha, los ideales sirven para satisfacer apetitos. Sobre los altos ideales de un momento planean el terror y la sangre del siguiente.
Pueden, podemos espiritualmente, esperar sentados en las plazas a que estalle la gran guerra que nadie quiere, ni siquiera hablar de la posibilidad. Muy pocos se atreven. Para que se desencadene, la crisis debe ser mucho más profunda y no sólo económica, sino política, moral, religiosa y de todos los pilares que sostienen el sistema democrático occidental, y no una crisis del sistema que afecte a unos pocos países sino al mundo. Parece no haber llegado aún, aunque el socialismo español ha hecho lo imposible para acelerar el proceso y unirse a los descontentos del planeta para luchar contra el propio sistema que lo sostiene. El 15 M no querrá esa salida, salvo que de la contienda salieran triunfantes sus tesis, que son todas y ninguna. Como no hay solución es resucitando movimientos de hace 40 ó 50 años basados en la paz, la bondad y el amor sin más riesgos, para fracasar otra vez y resolverse en suspiros y melancolía.
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