La crítica

Testamento de lo jondo

  • El baile flamenco de Andalucía 'resucita' a La Macarrona

Desgraciadamente, y a pesar de lo que cuentan todos los que la conocieron, no sabemos cómo bailaba Juana La Macarrona, lo que sí sabemos es cómo baila Rafaela Carrasco, y lo hace pa rabiá. Lástima que no luzca un poco más en este estreno como directora del Ballet Flamenco de Andalucía, un ballet, que desprende su olor y su pensamiento, pero en el que echamos de menos un poco más de su protagonismo.

A la sevillana no le hace falta meterse en el papel de nadie porque posee por sí misma una raza y una personalidad propia, algo de lo que no todo el mundo puede presumir encima de un escenario. Lo demostró por cantiñas, las que pusieron broche de oro a la obra, en un alarde de saber estar, de gracia, de regocijo y de arte. Sólo verle remangarse el vestío o bracear vale la pena. Aunque no es fácil, asume su papel con entereza en un número completo y donde también sobresalen las guitarras de Jesús Torres y Canito, que impregnan el ambiente de un aire inmemorial.

Su baile puso el colofón a un espectáculo que va de menos a más y en el que el nivel artístico es alto. Otra cosa es que te llegue o que tenga ritmo, porque por momentos se cae en una lentitud y en una monotonía de la que es difícil salir.

De cualquier forma, el nivel alto lo es en la guitarra, como hemos comentado antes, lo es en el baile, tanto en el cuerpo de baile como en los solistas, y lo es también en el cante. Miguel Ortega lo borda cuando interpreta los sones de la soleá del Tenaza, que mezcla caña y un cierre por Triana de enorme dificultad pero que el palaciego ejecuta con gran entereza. Al mismo nivel se muestra El Londro, como siempre rayando en el notable.

Al contrario que en anteriores montajes de la compañía pública andaluza, Rafaela ha prescindido del barroquismo en la escenografía para apostar por un planteamiento sencillo, con fluidez en las transiciones y donde todo el mundo tiene su minuto de gloria. Eso sí, tanta simpleza le hace perder consistencia, pues a lo largo de toda la obra no es reconocible, eso que se anuncia a bombo y platillo la Plaza de los Aljibes de la Alhambra de Granada. A primera vista, y al no tener identificativo alguno, podría ser cualquier sitio.

En su homenaje a aquel concurso de 1922 hay tiempo para rememorar sonidos de grandes como Manuel Torre, Antonio Chacón y la Niña de los Peines, los tres estandartes elegidos por la bailaora para llevar el peso del montaje y que son representados por Hugo López, David Coria (elegante en la malagueña de Antonio Chacón) y Ana Morales (valiente al bailar la saeta), respectivamente.

La mano de Rafaela se aprecia en muchos pasajes, en especial en la coreografía grupal representada en las tonás de Manolo Caracol, en el detalle que proporciona la rondeña de Ramón Montoya, donde los seis bailaores/as representan a las cuerdas de la guitarra, y en el homenaje a la Gazpacha donde los abandolaos, los tarantos y los tangos de Granada son engarzados con fluidez.

Aunque si hay que hablar de fluidez debemos irnos al final, con ese colofón a modo de lluvia, tal y como ocurrió en aquel 1922, y que resulta especialmente llamativo.

Baile

En la memoria del cante: 1922

Baile solistas: Rafaela Carrasco, Ana Morales, David Coria y Hugo López. Cuerpo de baile: Alejandra Gudí, Florencia O’Ryan, Laura Santamaría, Eduardo Leal, Antonio López, Alberto Sellés, Paula Comitre, Carmen Yanes. Cante: Miguel Ortega y El Londro. Guitarra: Jesús Torres y Juan Antonio Suárez Cano. Dirección artística: Rafaela Carrasco. Coreografía: Rafaela Carrasco y David Coria. Música: A. Campos y Juan Antonio Suárez ‘Cano’. Vestuario: Blanco y Belmonte. Esceografía e iluminación: Gloria Montesinos. Diseño sonido: Rafael Gómez.  Fecha: 28 de febrero. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios