La crítica

El poder de los hábitos

  • Leonor Leal se estrena en el Villamarta con 'Naranja amarga'

A Leonor Leal la hemos visto nacer en el Festival de Jerez con 'Leoleolé', la vimos crecer y hacerse mujer con 'eLe eLe' y ahora sólo faltaba alcanzar la plena madurez. Todos esperábamos que en su primera gran aparición en solitario por Villamarta, su particular visión del baile y esa ingeniosa capacidad creativa a la que nos tiene acostumbrados emanase de esta 'Naranja amarga' que con tanto tesón ha preparado durante meses.

Sin embargo, a muchos nos quedó una sensación de vacío al salir del teatro, nos quedó la impresión de no haber percibido todo el potencial que Leonor Leal posee. ¿Mala estructura? ¿Falta de continuidad? Sea lo que fuere, lo cierto es que desde fuera se vio a una artista incapaz de despojarse del hábito del pequeño formato, ensamblando un montaje más propio de una sala de menores dimensiones que de un teatro como el Villamarta.

Lógicamente, como en todo estreno, tiempo habrá para reestructurar y retocar pasajes y detalles de la obra, que sobre el papel tiene el suficiente fundamento y peso para sostenerse en el futuro, aunque quizás esté algo carente de viveza y emoción pues mayoritariamente camina sobre un climax de tristeza y oscuridad que contrasta con la Leonor Leal de los últimos tiempos, mucho más vivaz y entusiasta.

La guitarra de Suárez Cano 'Canito' es la encargada de conducir la historia. Es el narrador perfecto para la idea pues su música no representa al toque corriente, sino que desprende sonidos personales, sonidos surgidos de rasgueos y silencios pero que transmiten como nadie. La bulería 'Viaje de regreso', una de las piezas que forman parte de su último disco, Atlante, es quien inicia el espectáculo, y una malagueña la que lo cierra.

En medio Canito congenia como uña y carne con Rocío Márquez, espectacular durante toda la noche. De salida en el cante por tarantos con el que Leonor despliega sus primeros pasos, y posteriormente con el tema 'Luz de Luna' de Álvaro Carrillo que popularizaran entre otros Luis Miguel o Chavela Vargas. La simbiosis entre guitarra y cante en este tema fue total levantando a un público entregado ante tal 'despotismo' interpretativo.

Leonor se mantiene fiel a sus principios durante toda la obra, con ese vestuario que la hace única, con los movimientos rectilíneos heredados de Andrés Marín, y ese toque de femineidad que llega a embelesar al que la mira como si fuese una sirena. Tangos, bulerías y caña fueron el repertorio elegido para dar contenido a su baile, y finiquitar su aparición con una malaqueña interpretada por Suárez Cano con la que se echa el telón.

Su irrupción en escena, de blanco, con bata de cola, mirada al frente y esos andares propios con los hombros caídos, auguraban un desenlace mucho más agresivo y atrevido, pero no, todo quedó en una leve pincelada, mágica sí, aunque corta. Fueron un par de desplantes que únicamente sirvieron para dejar con la miel en los labios y el sabor de la naranja amarga a parte del público, sabedores de que Leonor tiene talento para mucho más.

Baile

Naranja amarga

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