Jerez

El jerez de la realeza

  • Su vino ocupa lugar de privilegio en la Casa Real y riega las criaderas del 'Tío Pepe'

  • Curro de 'La Blanquita' es el artífice de este Fino sin nombre del histórico pago de Balbaina

Un vino Real / MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ

'El Kubala' entraba en el Palacio de la Zarzuela como Pedro por su casa. Iba siempre bien provisto de unas arrobas de vino fino de 'La Blanquita' para reponer las mermas de la bota que Pedro Pacheco regaló en sus tiempos de alcalde al Rey Juan Carlos. Rafael García González, más conocido como 'El Kubala' o 'Kubalita' por su parecido con el futbolista húngaro y su habilidad con la pelota cuando competía en divisiones inferiores, cuidaba la bota 'real' con el mismo esmero que ponía en el mantenimiento de la pequeña solera de la bodeguita particular del ex regidor jerezano, que también se surtía del vino de 'La Blanquita', la viña de la familia Barba que ocupa medio centenar de hectáreas en el histórico pago de Balbaina.

El vínculo con la realeza se interrumpió tras el repentino fallecimiento del 'Kubala'. El monarca dejó de reinar y el ex alcalde fue privado de su libertad. Pero esa es otra historia. Por una de tantas casualidades de la vida, el fino de 'La Blanquita' retomó su vínculo con la realeza, sólo que por otro cauce, el que se abrió por la amistad que une al primogénito de Francisco Barba González, 'Curro de la Blanquita', con José Manuel Zuleta, duque de Abrantes y mano derecha de la Reina Letizia, compañero de estudios de la infancia del hijo del viticultor y a través del que se restableció el envío de la remesa anual del fino del pago de Balbaina con destino a la Casa Real.

A oídos de Curro de 'La Blanquita' llegaron noticias sobre la negativa del Rey emérito a aceptar otro vino que no fuera el salido de sus viñas tras el relevo de Pacheco en la Alcaldía. "Eso dicen", señala el veterano viticultor sanluqueño, más preocupado por mantener la calidad y el prestigio de sus vinos, con el que también se riegan las criaderas del 'Tío Pepe' en las bodegas González Byass.

Curro Barba invirtió en la compra de la viña el día de Fin de Año allá por el año 69 los ahorros que logró reunir en Barcelona como pintor, su primer destino tras cumplir el servicio militar en la base de La Parra. Cuatro millones de las antiguas pesetas que le dieron para pagar la mitad de lo que pedían por 'La Blanquita', una parcela ubicada en los primeros kilómetros de la margen izquierda de la carretera Jerez-Rota, dentro del término municipal de El Puerto, que por entonces contaba con 15 hectáreas de viñedo presidida por la casa de viña encalada que le da nombre por el brillo que desprende en su exposición al sol.

Barba únicamente había tenido contacto con la viña de joven como jornalero en Sanlúcar, pero no le costó adaptarse al nuevo oficio de viticultor, en el que pronto vio la necesidad de dar el salto a cosechero por los escasos márgenes que daba la venta de uva a las bodegas.

"De vino no tenía ni idea, pero eso fue fácil y sabía algo de viña", explica el proveedor oficioso de vino de la Casa Real, quien detalla que "al principio las pasé canutas porque la uva da muy poco dinero, pero a base de trabajo terminé de pagar la viña, en la que me hicieron una rebaja por anticipar los pagos, y arranqué la viña para plantarla de nuevo porque las cepas eran ya muy viejas".

A mediados de los setenta, con sus cuentas saneadas, Curro volvió a endeudarse para montar la 'casa de máquinas' -el lagar- y años después, en su búsqueda incansable de la estabilidad, rehipotecó nuevamente su vivienda familiar en Sanlúcar para construir la nave auxiliar en la que instaló los depósitos para convertirse en vinatero. "De vender la uva pasé a hacer mostos que vendía a la piquera -en yema- a González Byass y luego monté los depósitos para vender el vino al deslío, que se pagaba algo más caro".

Con mucho esfuerzo y sacrificio, el negocio se afianzó y le permitió triplicar la superficie de viñedo hasta rebasar las 45 hectáreas con la compra de otras dos parcelas en la zona, al tiempo que montó una "solerita" de 180 botas de fino para "mi capricho", es decir, para consumo propio en compañía de amigos -ahora limitado por los achaques de la edad- y para la venta a granel. Nada de amontillados, olorosos ni de otros tipos de jereces, sólo fino, por el que Curro se encarga de velar para que no engorde con lo que denomina "ventas en falso", que consisten en sacas de parte del vino para refrescarlos con otros más jóvenes a fin de que no acaban perdiendo la flor para convertirse en amontillados.

Curro de 'La Blanquita' añora la ilusión de aquellos años, aunque de duro trabajo diario en la viña, pero a los 82 años camino de los 83, su principal preocupación es que no ve sucesión más allá de Francisco Barba hijo, su homónimo 'Currito', el mediano y el único de sus tres descendientes metido a viticultor.

Con 52 primaveras a sus espaldas, 'Currito' lleva el peso del negocio vitivinícola en el que comenzó a los 13 años y al que no quiere, "ni por asomo", que se acerquen ninguno de sus cuatro vástagos. Curro padre e hijo coinciden en que "esto da para vivir, con mucho trabajo, y para poco más. Es muy sacrificado y exige estar pendiente todo el día y todos los días".

Con una producción considerable de unas 600 botas anuales -entre 250.000 y 300.000 litros-, 'La Blanquita' se mantiene como un pequeño negocio familiar ajeno a las nuevas corrientes que surgen en el Marco, que siguen de lejos sin demasiada esperanza de que a corto plazo repercutan en un aumento de los precios de la uva y el mosto que perciben los viticultores.

Curro padre e hijo no entienden de nuevos jereces ni de nuevas variedades. Lo suyo es la palomino con la que elaboran fino y "cuanto más mejor", porque según el progenitor, "jerez sigue siendo de las pocas Denominaciones de Origen en las que se paga por kilo y, siendo así, cómo le van a pedir a un viticultor más si no lo pagan".

Aunque esta familia de cosecheros viva ajena a los nuevos aires que soplan en el Marco, en el fondo comparten la importancia vital del cuidado de la viña y la importancia del pago de origen de la uva, en su caso de Balbaina, cuyos vinos "son afamados por su finura", asegura Francisco Barba padre, quien insiste en que "esto da para vivir trabajando mucho y, si no tiene capacidad de trabajo, mejor dedicarse a otra cosa, porque el ojo del amo engorda el caballo".

La viña tiene, no obstante, otras satisfacciones, en el caso de 'La Blanquita' sus hermosas vistas de Jerez, aunque alteradas en los últimos años por los últimos arranques de viñedo en el Marco, donde "llegamos a tener 22 y ahora sólo hay seis" -en miles de hectáreas, se entiende-. A Curro padre le entristece el paisaje desértico que ha dejado el arranque en las lomas vecinas, en las que perviven parcelas dedicadas al vino de Jerez con otras, como la vecina viña El Caballo, adquirida por una bodega para la plantación de varietales de uvas blancas distintas a la palomino para la elaboración de vinos de la Tierra de Cádiz. "Al menos en esa sigue habiendo viña", puntualiza.

Mientras el cuerpo aguante, Curro de 'La Blanquita' confiesa que seguirá yendo a diario a la viña, en invierno sólo por la mañana, y en verano mañanas y tardes, "para atender a todo el que se pase por aquí", Y lo seguirá haciendo con una sonrisa amable, reflejo del carácter bonachón al que apunta la leyenda inscrita en la placa que le regalaron sus amigos con motivo de su 80 cumpleaños, y que cuelga de la puerta principal de la bodega: "Siempre podremos contar contigo porque eres una persona de buen corazón".

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