Jerez

La luminaria del padre Fernando

  • El sacerdote jesuita nacido en Jerez falleció el pasado día 19 de abril a los ochenta y nueve años de edad

  • Fue durante años el enlace en España de las misiones en Japón

Una vez más, del tenebroso contexto de un tiempo oscuro, la Providencia quiso que despuntara un haz de intensa luminaria que permanecería casi noventa años. Todo ocurrió cuando en tiempos de la segunda república, y a través de decreto, quedó, de la noche a la mañana, disuelta la Compañía de Jesús. Una familia jerezana acogió en su propia casa a los sacerdotes jesuitas destinados en la ciudad. Estaban escondidos en un sótano. Ni tan siquiera el servicio sabía qué ocurría en el subsuelo de la casa. Podían ser delatados y caerles una grave pena. Sin embargo, había un niño de apenas tres años que bajaba al sótano y observaba a aquellos curas. Era Fernando García Gutiérrez, sacerdote jesuita, que falleció el pasado día 19 del presente mes a los ochenta y nueve años de edad.

Siguiendo con el relato, Fernando admiraba a aquellos curas tan cultos y con una sonrisa que transmitía una verdadera paz. Así fue como se comenzó a gestar su vocación por ingresar en la congregación de San Ignacio de Loyola. Toda esta historia daría para escribir otro extenso reportaje. Pero debemos detenernos en el pequeño Fernando. Ya de joven, tras recibir la comunión en el sótano donde se escondían los religiosos, la vocación maduró. Ingresó en un colegio interno de Palos en Málaga donde profundiza sobre esta llamada. No obstante, la Compañía de Jesús le dio una primera encomienda: estudia, y después se verá si ese interés es verdadero.

Estudió y se preparó. Primero en Barcelona, sacando la licenciatura de Filosofía y Letras en la especialidad de Estética. Muy joven marcha a Japón, aún sin ordenar siquiera, a las misiones donde San Francisco Javier dejara huella en los orígenes de la Orden. Lo primero que hizo Fernando García Gutiérrez fue absorber y no imponer. Aprendió la difícil lengua del 'país del sol naciente'. No sólo la asimila, sino que se especializa en ella, conociéndola y divulgándola. Tanto es así que en 1993, el Emperador de Japón le concede la cruz de 'Orden del Tesoro Sagrado', sólo concedida a quienes conocen los tuétanos de esta ancestral cultura oriental. Se especializó en arte oriental obteniendo el título de 'Ikebana' en la escuela clásica de 'Kamakura Kadokai'. Además, en estos primeros años de aprendizaje respetuoso de lo que encontró en aquellas tierras lejanas, también estudia teología y se ordena sacerdote en Tokyo con treinta y cuatro años. El padre Fernando ya ocupa las tarimas de los profesores y comienza a dar clases en la Universidad de Sophia, donde enseña arte oriental. El padre Arrupe lo solicita para acudir a Sevilla tras más de una década en Japón. Ahí acaba su tiempo de estancia en Oriente. Sin embargo, desde su nuevo destino, se va a dedicar a ser el enlace de las misiones entre España y Japón. Y no sólo eso. También será un embajador de la cultura nipona en nuestro país. Uno de los trabajos más importantes en el que colabora el padre Fernando García es su aportación con la obra magna 'Summa Artis' que intenta recoger todo el arte del mundo. En el tomo 21 de esta obra, García Gutiérrez desarrolla todo el arte japonés que, como ha dejado escrito la profesora Elena Barlés Báguena de la Universidad de Zaragoza, "desde la contemplación directa de las obras estudiadas y desde el análisis de las fuentes originales abordaba con seriedad una visión de conjunto del arte japonés".

Sus obras escritas -hasta veinte libros con su firma- y artículos especializados en el arte nipón son múltiples. Fue numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, institución en la que estuvo muy unido, dejando todo un legado de arte oriental que es el más importante de España. Ofició de guía ante las más altas personalidades de lugares de España y, sobre todo, de Sevilla. Debió de haber sido el guía del presidente Obama cuando se organizó una visita a la capital hispalense que no pudo llevarse a cabo finalmente. Dirigió el rico patrimonio histórico de la Archidiócesis de Sevilla como delegado diocesano. Una delegación de la que estuvo a cargo tanto en el episcopado de Monseñor Amigo Vallejo como con el actual Juan José Asenjo.

Pero toda esta intensa vida dedicada a la cultura y a la estética oriental no tendría sentido si detrás no hubiera un gran hombre. El padre Fernando García Gutiérrez destacó por su talante. Así lo afirma el padre Guillermo Rodríguez Izquierdo, superior de la casa de los jesuitas en Sevilla: "Ha sido una persona que irradiaba alegría, cercanía, afecto; y al mismo tiempo una persona muy dinámica, que montaba en bicicleta o andaba con viveza por las calles de Sevilla. Ha sido muy querido. En nuestra casa veíamos que pasaba muchas horas atendiendo a personas por teléfono". Fue un testigo fiel de Dios, además de un gran intelectual y un apasionado por la belleza. Aquel sótano donde quedaron escondidos los jesuitas en tiempos convulsos no fue del todo un refugio sin sentido alguno. Nació la vocación de una vida que irradió la luz de un sol naciente y que ya nunca perecerá. Esa luminaria que encuentra a Dios desde la cultura y la belleza. Con respeto y sin imposiciones. Como una gracia gratuita que se concede a todo aquel que lo desea fervientemente.

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