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Cultura

Dorothea en estado puro

A Dorothea von Elbe la conocimos hace muchos años en la galería donde hoy expone. Su vinculación con Rafael Ortiz es absoluta. Éste ha sido su galerista de siempre y él nos ha ofrecido todo lo grande y trascendente que lleva implícita la pintura de esta artista, una de las de mayor personalidad que podemos encontrar en este universo artístico donde es mucho lo que se parece a lo mismo. Dorothea es fiel a ella misma y plantea un arte de máximos con mínimos; una pintura que, desde siempre, ha positivado la realidad con una bella, pulcra y elegante manifestación ilustrativa.

Dorothea pinta como es ella; sin exageraciones, sin exuberancias, planteando las funciones clásicas del arte, con un dibujo exquisito, contundente y base arquitectónica para que en él se sustente la esencia de una pintura sutil, esquemática, de un básico formalismo, con la pincelada muy justa y sin excesos gestuales. Se trata de una pintura que deja trascender emoción, sencillez y todos aquellos valores que, desde siempre, han llenado de verdad cualquier obra artística. Por eso, la pintura de la artista alemana, afincada en la silente eternidad de la judería cordobesa, nos transmite la más absoluta esencia de la gran pintura, esa que envuelve de grandeza las cosas pequeñas y sencillas, que rescata de su escena natural simples elementos florales para dotarlos de una nueva dimensión llena de fina sensibilidad, encanto visual y carácter pictórico.

Hacía tiempo que Dorothea no exponía en Sevilla en solitario. Ella es una artista que cuando se contempla su obra se echa de menos no tenerla más a menudo, pero si fuese así no sería Dorothea von Elbe ni, casi seguro, su obra mantendría los bellos esquemas de perfección y sutileza. La comparecencia sevillana nos vuelve a conducir por los exquisitos registros de una pintura que, tras la pulcra realidad de su perfecta composición, se adivina un contenido entusiasmo pictórico, un poderoso registro expresivo que se atempera en la forma pero se mantiene en el fondo. Estamos ante una pintura casi espiritual, esencial en continente y contenido, que deja traslucir mínimos postulados formales que llegan a hacerse máximos argumentos de una obra salida de una artista con un ideario tan claro como las situaciones pictóricas que manifiesta. La pintura de Dorothea roza una mística estética que atrapa el espíritu. Se trata de un estado emocional manifestado a través de unas simples formas plásticas llenas de perfección y belleza que transmite un bello testimonio pictórico.

Muy ilusionante, una vez más, la pintura de esta artista que transita por los silentes caminos de una espiritualidad casi mágica. Estamos ante la manifestación de un bello y escueto relato donde se encierra la más jugosa lección de forma pictórica. Es lo mínimo elevado a su más absoluta potestad formal; en definitiva, Dorothea von Elbe en estado puro.

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