Diario de las Artes

Pintura de eterna naturaleza

FERMÍN García Villaescusa llevaba tiempo con la idea de exponer en Pescadería. "Tengo las obras exactas para la sala y creo que sería una muestra seria para el espacio". Me comentó. Vi los cuadros, me habló de sus patios, me ilustró sabiamente de cada una de las muchas calidades técnicas que en ellos había y, con ese apasionamiento con el que Fermín pone en todas sus cosas, me convenció que, efectivamente, podía ser una exposición redonda para la Sala Pescadería que, por otra parte, es un espacio muy exigente y hay que saber muy bien amoldad las piezas a sus concretas dieciséis superficies expositivas. Las obras de Fermín eran las adecuadas para conformar una muestra con trascendencia. Lo animé a dar los pasos para poder conseguir tan solicitada estancia. La Navidad pasada me pidió un texto para el catálogo de la muestra. Por fin, el autor iba a exponer en Pescadería. La exposición valía cualquier esfuerzo y el pintor había realizado un trabajo importante en el estudio y fuera de él, moviéndose para conseguirlo. Se hizo la luz un jueves, y el martes siguiente, la luz se apagó; mejor dicho, cortaron la luz. La crisis imponía, también en la cultura, su inflexible potestad. Tampoco hay luz en el Callejón de los Bolos. La exposición de Fermín debe cerrar sus puertas cuando la luz solar se convierte en sombríos atardeceres. ¡Una lástima! Fermín no se lo merece; la ciudad tampoco. En el Alcázar ya no va a ser lo mismo.

Pasados y asumidos los dolos de una exposición que pudo ser un festivo acontecimiento para el artista que la creó y para la institución que la patrocinó, hay que decir que Fermín García Villaescusa es muy buen pintor; un pintor hecho a sí mismo, curtido en muchas horas ante el caballete, peleándose - literalmente - con la pintura y con él mismo - también literalmente - y que ha ido evolucionando hasta convertirse en un artista dominador, que sabe muy bien lo que hace y cómo hacerlo después de haberse cuestionado todas las dudas que el propio ejercicio de la pintura plantea. Por eso, la pintura de Fermín convence unánimemente - si a él previamente no le hubiera convencido, no la sacaría a la luz y, además, la hubiera condenado vehementemente -, es portadora de unos valores que transmiten seguridad, a la par que sentido pictórico, emoción artística y carácter, mucho carácter. Esta muestra nos sitúa ante uno de los más seguros planteamientos de la pintura de este artista, unos particulares relatos ilustrativos protagonizados por nuestros entrañables y cercanos patios; patios de pueblo pueblo, patios de gente sencilla, patios que han sido vividos, gozados y sufridos; patios que muestran decadencias pero que transmiten viejos esplendores; patios, en definitiva, de todos y de siempre. En ellos, Fermín G. Villaescusa somete a los objetos y a los espacios a una luz tremendamente determinante, extrae sentido lumínico a la composición, supedita los efectos representativos a un especialísimo sentido de la composición, abre las perspectivas cromáticas acentuando el expresionismo y redundando en unos efectos donde la luz crea una especial atmósfera en la que todo queda supeditado a los cambiantes efluvios de una realidad marcada por la poderosa luminosidad meridional.

Patios de Jerez, patios de Cádiz, patios de Osuna, patios nuestros que transmiten calma, nostalgia y bella decadencia. Obras ejecutadas con pasión, esa pasión por la pintura que caracteriza la obra de Fermín y que nos dejan la huella de un pintor al que consideramos importante. Constátenlo ustedes, además, en esa maravillosa obra que cierra la muestra y que es un espléndido retrato familiar en el que la pintura se hace más grande todavía.

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