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Análisis

Andrés Luis Cañadas

El Pregón de la epístola a los Corintios

Seguro estoy que más de uno se sentiría turbado en su butaca, tal vez por no tener interiorizada en su conciencia, o no recordarla en ese momento, la exhortación del capítulo XIII de la Epístola de San Pablo a los Corintios, cuando la voz pregonera de una madre desgranó su jaculatoria de los amores, digamos controvertidos, haciendo suyas las palabras del Papa Francisco y la exhortación del propio Apóstol de los gentiles cuando en su carta a la comunidad de Corinto manifestaba: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy…” aunque a más de uno seguramente le alteraría en lo más profundo de su ser ese pasaje del poema titulado “el amor vino a sus vidas” que la pregonera concluía con estos versos: “ese amor que todo puede/ dime… ¿Qué tiene de malo? / Dime… ¿Quién sería nadie? / para tratar de juzgarlo / si es así como lo sienten / ¿por qué habrían de negarlo? / Amor que no pasa nunca… / amor de Dios por salvarnos… / amor que todo disculpa… / amor en Dios confiado…/ ¡amor que nos hace libres/ no encierra a nadie en armarios…!”, conmoviendo hasta los cimientos del coliseo jerezano…

Pero el Apóstol, que también censuró el amor antinatural en su Epístola, cuando dejó dicho: “sin embargo, vosotros hacéis injusticia y defraudáis, ¡y esto a los hermanos! ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos de vosotros, pero ya habéis sido lavados, pero ya sois santificados, pero ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”, contraponiéndolo al verdadero amor y dejando claro, lo que sin duda prevalece en la Epístola, el mensaje que sobre el sentido y el valor del verdadero amor que resumió con estas palabras: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad”. El amor, como alguien ha escrito, es la fuerza que nos impulsa para hacer las cosas bien, ya que hace muy clara la diferencia entre el bien y el mal. En esa medida, se relaciona con la ética y la moral, pues nos induce a actuar bien en nuestra vida y con las personas que amamos. Así nos conduce a la paz, la tranquilidad, la plenitud y el bienestar con nosotros mismos.

Y es que, “El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca”.

Pues, aunque algunos creyeran escuchar otra cosa en un Pregón muy rico en temas y propuestas; en el que algunos han querido poner el foco en un solo pasaje; ese fue el mensaje de quién ha tenido a su cargo, este año, la exaltación de nuestra Semana Santa, cuyo eje lo constituyó la exhortación de Pablo de Tarsos, con su llamada a la misericordia que es tanto como hablar de clemencia y compasión.

Sin duda, un gran Pregón…

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