Debo confesar que fui de esos imberbes que cuando escuchó el tango de Gardel hace lustros pensó que esa frase -"veinte años no son nada"- era absolutamente mentira. "¿Cómo no van a ser nada veinte años?", me dije. Y hete aquí que han pasado, no veinte, sino veinticinco, y puedo asegurar que ese plazo de tiempo es apenas un suspiro. El tiempo, implacable, pasa. Y lo hace a una velocidad que, en ocasiones, no te deja degustar su paso, algo que también tiene su encanto. Hace veinticinco años que pasé por la vicaría y juro ante el mismísimo Dios y ante todos ustedes que parece que fue ayer. Veinticinco años, un cuarto de siglo... un suspiro. Intenten ser felices. A fin de cuentas somos motas de polvo en mitad de un océano negro, el universo, en el que sobre todo habita el vacío. Enamórense, amen, no le fastidien la vida a nadie, vivan su existencia teniendo la certeza de que este mundo ha sido mejor con ustedes que sin ustedes. Y si es en compañía de un ser amado, mucho mejor. ¡Va por ti!