Círculo vicioso

Yo, como alguna vez fui ameno, si empiezo a hablar y percibo los síntomas, me paro en seco

Quien nunca tuvo la suerte de divertir a sus interlocutores o de entretenerlos un poco, no puede darse cuenta de que los está aburriendo. Como le falta perspectiva, no percibe nada extraño en los tics faciales de aquellos a los que está contando, por ejemplo, sus vacaciones de verano. Tampoco le extrañan los repentinos picores, las toses, las pupilas dilatadas, las consultas continuas al reloj, o que miremos al móvil con ojos suplicantes, pidiendo una llamada, una, aunque sea la oferta de una compañía telefónica, o que recordemos de golpe que llegamos, qué desastre, con retraso a una cita importantísima, o que demos ligeros saltitos, o que tengamos ("la próstata", suspiramos) que ir al baño de pronto, o que arrastremos las sillas, o que nos mesemos los cabellos, o que sea el crujir de huesos y el rechinar de dientes… Deben de pensar que nos comportamos siempre así.

Yo, como alguna vez fui ameno, si empiezo a hablar y percibo los síntomas, me paro en seco. Lo último, aburrir. Y cedo la palabra al interlocutor, que -mano de santo- deja de dar botecitos, se olvida de su prisa y de su móvil, se ensancha y empieza a contarme sus cosas o a quejarse. Ahora soy interesante porque me intereso.

A veces interesa, y no entran moscas en mi boca cerrada. Pero en los casos en que no es nada interesante, he decidido no bostezar y concentrarme en aguantar, como el que se mete bajo agua con los carrillos hinchados, sin dejar que ningún gesto me delate. El que diserta se va creciendo, viéndome tan inmóvil. Entonces, se me ocurrió una frase y una fase. La frase: "La virtud es un círculo vicioso". Porque estaba fomentando que me contase hasta los pormenores más pormenorizados y memorizados, viniéndose arriba, asombrado, incrédulo, embalado.

La fase que se me ocurrió es que, viéndome así de vivamente interesado, quizá luego, cuando detecte -en otro menos teatrero que yo- los síntomas de la desesperación, los identificará, por contraste. Me habría inmolado -pensé, vanidoso- por sus futuros interlocutores. Mi martirio tendría sentido. Mi virtud habría dado con la cuadratura del círculo (vicioso).

Pero qué traicionera es la vanidad. Me preguntó: "¿Qué te parece, di?" Y horror. Me había despistado con tantas fases y frases: "Eh, ah, oh, ay, disculpa". Pensé (esperanzado) que se iba a molestar, por fin. Qué va: "No te preocupes, hombre, te lo cuento otra vez desde el principio, escucha…"

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