Existen en la ciudad una serie de relatores de la nada, informadores advenedizos de un Jerez al que pertenecen porque lo pone el carnet de identidad que, en estos días de fiesta popular, con muchos forasteros ávidos de conocer lo mucho bueno que, aquí, se ofrece, hacen su agosto dialéctico y equivocado dando una imagen falsa de un jerezanismo insustancial que, en boca de ellos, no sirve si no para unánime sonrojo. No hay reunión que se precie, buscando el son de la zombamba de siempre que no aparezca alguno de estos jerezanitos enterados que, a voz en grito, ofrecen sus lecciones privilegiadas de conocimiento popular jerezano. Todos saben de vinos más que el pobre de Manolo Lozano, informan, sin rubor, de las calidades del palo cortado y se constituyen en herederos del capataz de la bodega que lo consiguió; si es de flamenco, todos son medio sobrinos de la Paquera que, por supuesto, los llevó a la pila y les enseñó las secretos eternos de la bulería; no les avergüenza salir a dar pataditas - que no pataítas - y dan casi tesis doctorales sobre la forma de freír los pestiños; pontifican sobre la manera de coger la copa y dan lecciones magistrales sobre los ingredientes de la berza con cardillos. Huya, usted, de ellos, como de la peste porque, a lo peor y casi seguro, hasta les tiene que pagar sus muchas libaciones realizadas entre las patéticas peroratas. Pero si buscan refugio reparador de tanto ilustrado jerezano no se les ocurra buscar amparo en muchas de las zambombas que se anuncian, encontrarán tristes espectáculos para guiris que es en lo que se han convertido las mismas, conjuntitos de aficionados, de dudosa calidad flamenca, que cantan, libreto por delante, ante las mesas de los restaurantes o las terrazas de los bares. Con estos descafeinados remedos de las tradicionales zambombas, los forasteros que vienen buscando 'zambombás' se van a encontrar con muchas.