Pelos como escarpias

En la derecha, a Mariano Rajoy le aplauden unos y le critican otros y todos tienen toda la razón

Rajoy está muy satisfecho consigo mismo por su gestión de la crisis catalana. Muchos de su caladero de votos se la critican, aunque un poco menos ahora, después de que haya hecho lo que no quería hacer y de lo que ahora presume; y otros, más recalcitrantes, seguimos criticándole. ¿Quién tiene razón? Pues todos.

No se puede juzgar ninguna actuación política sin tener presentes los objetivos del agente. Los críticos nunca dejamos de ver en la crisis catalana una ocasión de oro para encauzar los excesos de la situación previa (el adoctrinamiento de TV3, la manipulación en las escuelas, la utilización antiespañola de las estructuras del Estado en Cataluña, etc.) e, incluso, más allá, para corregir los excesos de toda la arquitectura sobrevenida del Estado de las Autonomías en todas partes. Ver que Rajoy no mueve un dedo en esa dirección, sabiendo, como se sabe, que a la Ocasión la pintan calva, nos pone los pelos como escarpias.

Pero la verdad es que Rajoy, como ha advertido él por activa y por pasiva, no tiene la intención de encauzar nada, sino la de "volver a la normalidad", esto es, a la situación justo anterior al procés, cuando no se cumplían ni de broma las sentencias del Tribunal Supremo, se compraban con presupuestos y competencias esenciales los votos necesarios y se marginaba a la población (la mitad) castellanoparlante. Rajoy ha dicho expresamente que él deseaba salvar la situación catalana con el menor daño (léase "menor cambio") posible.

No tenía que habernos sorprendido en absoluto, porque, cuando los recortes con la crisis y su mayoría absoluta, recortó de todas partes y especialmente de los bolsillos de la clase media, pero no adelgazó ni un poco a las administraciones públicas. Rajoy más que un hombre de Estado es un hombre de status quo y de partido y sabe que los partidos políticos casan con partidas presupuestarias y viven en buena medida del chollo multiplicado de las comunidades autónomas y de las tensiones consecuentes. No quiere ni oír hablar de cambios. Es un conservador en el sentido más literal del término.

Es indiscutible que está consiguiendo su objetivo de forma magistral. Las elecciones del 21-D van a poner las cosas donde quería: en la casilla de salida, como cuando se cae en la calavera (con perdón) del juego de la oca. Así puede entenderse a la satisfacción de unos y la desesperación de otros, y como todos tenemos razón totalmente.

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