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de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Régimen (de gananciales)

TU mujer se pone a régimen y tú a temblar. Le aseguras de inmediato que no lo necesita para nada y esa galantería (verdadera, para más inri) es agradecida con un revés: "¿Y tú qué sabes?". Del tipo de mi mujer, en realidad, sé, a Dios gracias, bastante. Creo que no se ha estudiado lo suficiente la indiferencia de las santas esposas por lo que sus maridos pensemos de su fondo de armario -lo que aún se puede entender- y de su figura. Aunque parezca una frivolidad, hay ahí, ay, mucha tela que rascar. Y de los regímenes de adelgazar, además, yo lo sé todo; en la pura teoría, se entiende.

Pero al oírme eso, mi señora sonríe, quizá con intención: "Pues podemos ponernos juntos a régimen". "Si yo ya lo estaba…" "No, no, digo a r-é-g-i-m-e-n". Y uno escucha, más que el deletreo, un eco profético: "-gimen, -gimen". O sea, que de pronto, te encuentras haciendo una nueva dieta, aunque con la anterior te sentías tan cómodo… Y recuerdo a aquel conocido que después de tomarse dos huevos fritos con patatas y chorizo en una venta suspiraba, apesadumbrado: "Lo malo son las dos barritas de biomanán que me tendré que tomar ahora en casa con mi mujer para la cena".

Cualquiera lo dice, pero hacer un régimen por gananciales no trae cuenta. Las horas de las comidas, tan importantes para la vida de familia, nos explicaba, en una apasionante conferencia, Maite Mijancos, directora del Instituto Europeo de Estudios de la Educación, se transforman en una partida de póker anémica y ojerosa en la que cada parte vigila a la contraria. Ella a mí, para no perder la cuenta de los platos que me como, y yo a ella, por si pudiese aprovechar alguna distracción.

Todavía son peores las mañanas, cuando me pregunta: "Cariño, ¿te has pesado ya?" Yo le explico, cada día, que los expertos aconsejan no pesarse demasiado a menudo. Basta una vez a la semana o al mes, para dar tiempo a que se aprecien mejor los progresos.

Estar delgado es saludable, pero adelgazar es insano. El proceso psicológico, me refiero: esa excesiva preocupación por las calorías (después de las comidas) y por la comida (entre horas), acompañada por la salsa de un malhumor (creciente). Todo eso en soledad y con cierta conciencia laxa se lleva mucho mejor, adónde va a parar. Aquí la compañía no motiva tanto como en otras parcelas de la vida.

Tendría que estar hablando de asuntos de más candente actualidad pública, pero por fortuna el tiempo del que dispongo para escribir este artículo es muy limitado. Mi mujer adelgazará muy pronto lo que dice ella (no yo) que le sobra tanto, que no le sobra y que además es poco, y volverá a reinar la paz en nuestra mesa y la alegría en nuestra casa. Retomaré mis regímenes eternos y levísimos, y ella regresará a su buen natural de tolerancia y humor. Podré volver a escribir entonces sobre esos temas más gordos, como la prima de la deuda o las agencias de calificación.

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