Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

‘Roomba’ y su prima Gillotina

Todas las cosas que sobre el inquietante prodigio de la Inteligencia Artificial (IA o AI) ahora escribamos o digamos serán ingenuas más pronto que tarde. Cabe decir lo mismo de la conquista del espacio que llena de basura los nuevos océanos, los siderales, que fueron ingrávidos y quizá gentiles hasta que unos humanos pusieron sus sucias manos en él, emporcándolo. Podemos argüir que el fuera de juego en el análisis ha sucedido siempre con los avances técnicos, y en particular, con los tecnológicos, adjetivo este que confunde todo paso adelante con los progresos digitales, como si la rueda, la imprenta, la vacuna de la polio o el hacha de piedra no hubieran sido tecnología. Son aceleradísimos y difíciles de asimilar los vigentes desarrollos suplantadores de dios, artefactos totalitarios–nos afectan a todos de una manera exhaustiva– que se fraguan en centros ajenos todo lo que no sea el citius, altius, fortius contemporáneo, cuya estrella es el boom espacial: más rápido, más alto, más fuerte; Branson que Bezos o que Musk.

Es una triste y cósmica guasa que, después de que los esquemas de progreso industriales y de consumo contaminaran los océanos, las corporaciones top se embarquen –nos embarquen– en llenar de satélites el cosmos cercano y en fletar cohetes como si fueran autobuses de la multinacional andaluza City Sightseeing. Pero es que el ansia por descubrir y fundar es humana. Siempre me ha causado asombro que haya gente que practica la espeleología, de la misma manera que a muchos les resulta incomprensible la pasión por el fútbol, el reggaetón o el té de roiboos. Es aplicable a la diversidad de gustos el adagio chulo: “Mientras que no salpiquen...”. El tema que te quema es que los riesgos de llegar hasta el infinito y más allá contienen una amenaza ya temida en aquel verso deprimido de Lorca: “En Nueva York sólo hay un millón de herreros forjando cadenas para los niños que han de venir” (vale cambiar NY por los siliconvaleis del mundo ultratech). Huyendo del bajonazo, mencionemos a una joven madre trabajadora que me decía que la IA para ella era la roomba, el robot aspiradora. Y que su roomba era un ser muy querido por su impagable contribución doméstica. Ella es más positiva que el Federico revisitado. Sí, mejor obviar los nubarrones de sociedades imaginarias bajo un poder totalitario (osea, distopías; pero la palabra da rabia a muchos, de pronto).

Una buena guillotina de la familia de la roomba habría que tener preparada. Es broma, por Dios. Al café, y de ahí a la rubia, fresca y alta.

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