Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

No escribo estas líneas para contentar a nadie. En el fondo hago este escrito como reto, porque hace unos meses un amigo me dijo que si lo hacía se me cerrarían puertas. 

Ahora que se ha reconocido como derecho en la constitución gala, más toda todavía.

Creo que en la vida todo es matizable menos la propia vida, por eso quiero escribir esto. Condeno la condena, condeno el fariseísmo y condeno el oportunismo político que utiliza el tema para obtener un rédito electoral. 

Quiero que estás líneas me viertan rechazo y generen alboroto en los que están en contra mía para convertir su repudio en el llanto de un recién nacido, en el gemir sonoro de la vida.

Quiero que se prohíba el aborto a toda costa y a los que estamos en contra, que nos cierren puertas como precio de nuestra conquista. 

Creo que en la vida todo es matizable menos la propia vida y sé que hay múltiples formas de erradicar esta lacra lacerante.

Hace un tiempo una persona muy próxima a mí, dudó si considerar legítimo el aborto para mujeres sin medios económicos y me exalté porque dudar sobre si la vida tiene precio es como decir en el fondo que la tiene. 

La vida es un bien superior incalculable (no susceptible de valoración económica) y como tal hay que protegerla. Sobre ese mismo argumento podríamos preguntarnos si, aquellas personas discapacitadas, por el mero hecho de serlo, tienen  menor valor (menos derecho a vivir) que las personas que están en plenas facultades…no lo creo, entre otras cosas, porque paradójicamente, el panorama legal actual en la mayoría de los países desarrollados protege sin condiciones a las personas vivas vulnerables, a través de pensiones vitalicias, subsidios y ayudas y, sin embargo, a los otros vulnerables, a los que están por nacer, se les impone  todo lo contrario: el deber de morir.

Una de las decepciones que más tristeza me ha producido fue conocer a sacerdotes católicos (con tres carreras) que trabajan en países subdesarrollados y que dicen ser expertos en bioética  (o muerteinética) que consideraban el aborto como un derecho, oponiéndose al magisterio de la Iglesia.

Ernesto Sábato dijo que “lo propio del ateo es la indiferencia, cuando el ateo se plantea a Dios como problema deja de serlo”. Entiendo que lo mismo sucede con los que dicen ser creyentes.

Un hombre de Dios, Pedro Arrupe, dijo que “la injusticia es una forma de ateísmo” y las personas que están dispuestas buscar esa  justicia o mejor dicho a ser de ella, siempre generan algo: alboroto. Qué preciso aquí es ese verso de Atahualpa Yupanqui que decía “Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí,que no se quede callado quien quiera vivir feliz”.

El aborto y el alboroto son dos palabras que se parecen, son como primas hermanas.

Aunque en realidad difieren bastante en su propio sentido porque el aborto es siempre sinónimo de silencio, de voz dormida o acallada, mientras que el alboroto que produce su hecho puede sonar a consternación por verlo como un atentado a la vida o a protesta por verlo como un derecho.

El aborto y el alboroto son dos palabras que se parecen, como suelo y cielo.

Aunque muchos crean que todas sus víctimas fueron concebidas para dormir bajo tierra siempre me quedará la esperanza de que su verdadero destino sea ese Otro Lugar.

Alguien dijo que la razón y que Dios hablan en voz baja, yo siento que esa voz es casi igual que el gemido entrecortado de un feto recién abortado.

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