Aires de guerra civil

El horror sin límites está hoy mucho más cerca de nosotros que hace cinco o diez añosHay más USA en un libro como ‘Pájaros que se quedan’, de Eduardo Jordá, que en toda la obra de Auster

Con la mano en el corazón, ¿estaría usted dispuesto a descerrajar dos tiros a ese vecino contra el que no nada tiene pero sabe afiliado a un partido al que odia? ¿Sería capaz de torturar o violar a la joven militante de esa causa o creencia que le repugna en lo más hondo? ¿Estaría dispuesto a expulsar del trabajo, a expropiar la propiedad y dejar en la miseria a aquel compañero que sabe tan contrario a sus ideas? Por otra parte, ¿qué le parece la perspectiva de acabar ante un pelotón de fusilamiento o sufriendo una muerte lenta y terrible a manos del mismo que, unos días antes, le servía el café o le vendía el periódico? ¿Y la de ver de ver a su hijo muerto en una trinchera excavada en el mismo parque donde, no hace mucho tiempo aún, jugaba con amigos que ahora se matan entre ellos? ¿Y la de su casa reventada por una bomba, destruida por los proyectiles? Pues todo esto, e infinitos desastres de ese género, es la médula de una guerra civil, no los himnos vibrantes ni la épica de barricada; no los discursos para la historia, ni los desfiles victoriosos ni las fotografías sepia de jóvenes idealistas.

El horror sin límites está hoy mucho más cerca de nosotros que hace cinco o diez años, y cada vez se hace más patente, aunque nos resistamos a pensar en ello: “Bueno, pues que sepáis que si de verdad hay una guerra civil, este mierdas es mío. Me lo pido”. Esto ha publicado en X, sin el menor problema legal o moral, José Aroca, asesor socialista en el ayuntamiento de Alicante, referido a un periodista, da igual de quién se trate. Y debo reconocer que me he estremecido al leerlo.

La paz no es solo un don de Dios. Ambrogio Lorenzetti pintó, en el lejano siglo XIV, en el Palacio comunal de Siena, los célebres frescos sobre los efectos del buen y del mal gobierno. Debo a mi buen amigo y compañero Emilio Martín, tan querido y, al mismo tiempo, tan diferente a mi, que me hiciera reparar en el sentido más hondo de esa alegoría medieval. Y el efecto del buen gobierno es justamente la paz. Ese buen gobierno que a nosotros nos falta desde hace tanto, mientras nos deslizamos, en manos de demagogos sin escrúpulos, de viles logreros, hacia el guerracivilismo.

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