HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Los campesinos

NO nos damos cuenta de lo importante que es vivir en un campo civilizado, es decir, cultivado, para la formación estética y humana de una persona hasta que acabamos en la ciudad, según tendencia de la vida moderna. Es verdad que la ciudad da muchos más servicios, muchas más posibilidades de estudios, de acceso a la cultura y a los negocios, pero hubiéramos preferido evitar la ruptura de tener que elegir entre un medio y otro. Me contaba un amigo que había vivido en Dinamarca, que los granjeros, cuando encierran el tractor, si quieren, se ponen el esmoquin para cenar fuera, para ir a la ópera o a un concierto o una reunión social cualquiera. Los campesinos de los países nórdicos son ingenieros agrónomos, licenciados en letras o en arte, tienen casas confortables y puestas con mucho gusto y viven en el campo, aunque tengan también casa en la ciudad para resolver en varios días asuntos complicados. La casa principal está en el campo.

La consejera andaluza para la Igualdad, ese ramo de la política instaurado hace poco a pesar de conocerse su previo fracaso, y que podría dar sin asombro un ministerio y consejerías de Consubstancialidad, fue campesina. Nos habla en una entrevista de su infancia en una familia de jornaleros en La Alcaparrosa, en la sierra de Andújar. No es tonta porque reconoce que su infancia fue feliz y no hace ostentación de pobreza, lo que indica haber recibido una buena educación y haber estado en un medio donde debió aprender cosas que no se estudian. Ahora lo echará de menos como el indiano riquísimo de Clarín pidiendo al morir boroña, unas pobres gachas que le daba su madre de niño. Dice la consejera que vivió su niñez sin yogurt, sin frigorífico y sin luz eléctrica. Se puede vivir muy bien sin nada de eso: el yogurt era comida de enfermos, sin nevera se come mejor y sin luz eléctrica se escribieron las grandes obras literarias del siglo XIX.

Hoy es el día dedicado a los campesinos. Ser campesinos tiene ciertos inconvenientes, pero muchas ventajas, dependiendo, como en todo, de la inteligencia y el talento de la persona. Un campesino nunca deja de serlo, nunca llega a ser un hombre urbano, aunque viva la mayor parte de su vida en Nueva York. Basta salir al campo y oler para saber que estamos en nuestro medio verdadero. El medio urbano se no ha impuesto por necesidad. Es una pena que a la consejera le hayan dado ese cargo en el que se gastará. Cuánto mejor trabajo haría como encargada de Agricultura o Medio Rural, que conoce bien y donde puso comprobar en las personas y en los animales, en las plantas y en los árboles, en los astros y en los vientos, en las estaciones y en las flores, que la igualdad es imposible porque habría que acabar con la libertad y con la naturaleza. Quiera Dios que no tenga que decir un día como Rodolfo Valentino en trance de muerte: "Soy un campesino que se ha perdido.

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