Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

El eje fallido

El 92, los Juegos y la Expo, fue una operación de Estado, de la que 25 años después hay que certificar su fracaso

El 92, todo lo que rodeó la celebración de la Expo y los Juegos Olímpico, fue una gigantesca operación de Estado magníficamente diseñada por los gobiernos de Felipe González. Tenía como objetivo crear un eje entre Sevilla y Barcelona que, pasando por Madrid, sirviera para articular focos de desarrollo social y económico a partir del cual se articulara el territorio mediante la modernización de las infraestructuras y el apoyo a un modelo empresarial moderno y competitivo. Entonces había dinero para plantearse esos y otros sueños: los fondos europeos servían como motor a una iniciativa privada que lo tenía todo por hacer y en la que no faltaban ganas ni talento. El País Vasco quedaba de alguna forma fuera de ese diseño porque el azote del terrorismo, unido a un nacionalismo con clara tendencia al separatismo, lo condicionaba todo. Madrid era ya entonces una sociedad dinámica que aprovechaba la ventajas que le daba la capitalidad para crecer y crear un tejido empresarial plenamente equiparable a los más avanzados de nuestro entorno. Barcelona recibió una proyección internacional que la consagraba como la gran metrópoli de la Península Ibérica, su referente mundial, y Sevilla se ponía a la altura del final del siglo XX para convertirse en el tractor del sur de España, la gran bolsa de subdesarrollo enquistada en el país.

Un cuarto de siglo después el fracaso de esa operación es una de las grandes causas de la frustración que marca la vida española. Madrid fue la única ciudad de ese eje que hizo los deberes y cumplió el papel que tenía encomendado. Quizás era la que lo tenía más fácil. Para las otras dos, los resultados están a la vista. Sevilla tan pronto como terminaron los fatos del 92 se sumió en sus sempiternas inercias y dejó pasar, como siempre a lo largo de los cuatro últimos siglos, todos los trenes. La falta de dinamismo social, el adocenamiento político y el conformismo la pusieron a ella, y al resto de la región, dónde hoy está: perdiendo posiciones e influencia en España.

A Barcelona se le ha cargado el nacionalismo, aplicado en dosis masivas y en su versión más cerril y cateta. Hoy estamos viviendo las consecuencias. Lo que podía haber sido el gran salto al mundo de la ciudad que siempre representó la España más avanzada es la que hoy tiene referentes políticos del nivel de Carles Puigdemont y Ada Colau. El desafío separatista es la constatación de un fracaso que condiciona la vida de todo el país. El eje del 92 estaba bien pensado, han sido nuestras propias limitaciones como sociedad las que lo han hecho fracasar. Todavía tendremos que seguir pagando las consecuencias.

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