Jerez íntimo

Marco Antonio Velo

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Feria de Jerez 1952: ‘Los máscaras’, Diego Álvarez, ‘Karkomedo’, la Tómbola Jerezana de Caridad… (I)

Una obra de Pepe Belmonte que en 1952 homenajea en la prensa local a la Feria de Jerez.

Una obra de Pepe Belmonte que en 1952 homenajea en la prensa local a la Feria de Jerez.

La Feria de Jerez es una ciudad efímera en cuyo latido empero se detiene el tiempo. Conserva en la actualidad la fisonomía de su esencia y la filosofía de su fundamento. Postulados de copa en alto. Siempre estuvo adobada por el bienmesabe de su elegancia. Un señorío mayúsculo que jamás pende de ningún alarde de impostación. Podemos retrotraernos a más de setenta años -como una doble voltereta hacia atrás sobre el equilibrismo del calendario- y colocarnos -sin interferencias- a mediados del siglo pasado. Concretamos: año 1952. La Feria de Jerez se celebró de domingo a domingo. Del 4 al 11 de mayo. ¿El porqué? El alcalde de la ciudad así decidió prorrogarla por mor de la lluvia, con aplauso unánime tanto de los convecinos como de los cientos -miles, por mejor decir- de turistas que no dudaron en pisar el albero. La Feria de Jerez aquel año estuvo pasada por agua las dos primeras jornadas -domingo y lunes- y mejoró sin embargo el panorama climatológico a partir del martes. No obstante jamás menguó la animación -más bien todo lo contrario- en el interior de las casetas. La fiesta ganaba enteros y su expansión mediática respondía a una realidad incontestable. Ya entonces, en el Parque González Hontoria, como así la letra del temazo de Lole y Manuel, todo era de color.

Por descontado hablamos de un Jerez que en pureza ya no existe. En cuanto a la nómina de nombres y apellidos se refiere. Aunque sí el espíritu y la base estructural de la concepción de este evento de renombre internacional. En aquel año 1952 tres casetas campaban a sus anchas -de exquisitez de formas, de propuesta decorativa y de raigambre social-: la peña taurina ‘La fiesta nacional’, ‘Los máscaras’ y el ‘Club de Amigos Karkomedo’. Incluso competían en cariñoso hermanamiento por los primeros premios de la época. Sin rivalidad de ninguna clase. Aquí el amor por el prójimo era un mandamiento de la ley de la convivencia y el cachet escritos en ninguna parte. Un jovencísimo Miguel Ruiz Ruiz entona la voz cantante de la caseta de Karkomedo. En 1952 llevan seis años montándola. La de esta edición riza el rizo de su boceto. Es obra de Manolo Romero, quien presentó dos dibujos: uno para 1951 y otro para este 1952. Ahora el planteamiento es original y punto menos que inédito: la fachada, toda de cantería, muy señorial, de corte andaluza; el zaguán presenta diferentes arcos sobre base de columnas de escayola; el techo del interior muestra cadenetas en azul y blanco como guiño cromático a los colores de Jerez; enrejados con impronta de este sur del Sur; la barra; el escenario que aguarda las actuaciones de Conchita Ruiz, prima de Lola Flores y Marina Muñoz -la hija de Bernardo Muñoz, ‘el Carnicero’- (también, como aliciente y al piano, el maestro Nicolás, de quien precisamente Lola Flores se deshacía en elogios).

Este monumento de caseta de los Karkomedo se debe a la realización de Basilio Iglesias. 12.000 pesetas han costado levantarla. No es moco de pavo. Se sufraga con la aportación de los socios. Porque “el inmueble” apenas ofrece beneficios durante su explotación. Otra época. El esfuerzo económico sólo pretende el embellecimiento de la Feria de Jerez. Meritorio objetivo. Nobleza obliga. La apuesta igualmente va encaminada a la preserva del estilo musical. Miguel Ruiz sólo desea sevillanas y flamenco para este hogar de amigos: “Nada de música de importación. En nuestra caseta el ‘baile por lo fino’ está desterrado”. Es curioso cómo ya entraba en danza la intrusión de géneros musicales en el recinto ferial. Los Karkomedo se caracterizaban por su amplitud de miras a la hora de ejercer de anfitriones o de poner en práctica todas las aristas de la hospitalidad. De hecho se invitaba a pasar a todo extranjero que, en quietud, fijase su mirada durante unos segundos en la llamativa fachada de esta caseta tan pródiga en jerezanía. Una frondosa rama de eucalipto impidió el crecimiento arquitectónico de la dicha portada. Pero, en lugar de cortarla, los integrantes de Karkomedo optaron por apartarla delicadamente con un alambre.

La Feria de Jerez no escondía su sesgo solidario. Estaba en boga la Tómbola Jerezana de Caridad. Una acción edificante en pro de los más desfavorecidos. Contaba con casa dentro del Real. Se anunciaba a bombo y platillo su campaña caritativa. Como Dios manda. Y a fe que los jerezanos respondían sin atenerse a ninguna restricción ni regateo. El prójimo imperaba en la predisposición del buen feriante. En el ecuador de esta semana de salud y alegría, concretamente el miércoles de Feria, ya caída la noche, tuvo lugar la rifa de la serie A, “consistente en una muñeca ‘Maricela’, lindamente vestida por una dama jerezana de pescadora del Norte”; el jueves se rifaron sendos neceseres de señora y caballero, asimismo incluidos en la serie A; la rifa ordinaria proponía una máquina de escribir Hispano Olivetti y, de otro lado, un juego de vajilla de porcelana decorada de 56 piezas. Los boletos podían adquirirse al precio de una peseta.

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