Pedro Sánchez llega a Sevilla en su momento más complicado para salir reforzado del Congreso
La actual legislatura sólo le ha dejado una alegría al presidente del Gobierno, la costosa elección de Salvador Illa al frente de la Generalitat
Muchos opinan que el secretario general no debería dimitir si resulta imputado por el Supremo
El futuro de Juan Espadas
El material del que está hecho Pedro Sánchez no está registrado, ni sus detractores, que son muchos, le niegan una extraordinaria capacidad para la adaptación, un olfato estratégico fuera de lo común, una impasibilidad rayana en la falta de empatía y algún pacto oculto con la suerte. Sólo esas características explican que el secretario general del PSOE crea posible acabar esta legislatura, porque ése es su objetivo primigenio, resistir. Su última legislatura está resultando paradójica, la economía española marcha muy bien, pero el país está dividido, polarizado como casi nunca y sus enemigos, que han adquirido una categoría casi bélica, lo describen como un autócrata, un corrupto y un dirigente temerario al que, sin embargo, le tienen respeto. No le respetan, pero le reconocen y temen sus audacias.
Sánchez llega herido a Sevilla, en Fibes necesita oxígeno. No tiene Presupuestos Generales del Estado, carece de un cuerpo homogéneo de aliados, su esposa está imputada por el caso del máster en la Universidad Complutense, su hermano es investigado por otra juez por su puesto de trabajo en la Diputación de Badajoz y el intermediario Víctor de Aldama dispara a la cúspide de su Ejecutiva. Por si fuese poco, Juan Lobato, el ex líder del PSOE de Madrid, declara este viernes ante el juez que investiga la filtración del fiscal general del Estado y puede aportar una prueba que vincule a Moncloa con esa revelación de secretos. Esa declaración puede llevar a la imputación de Pilar Sánchez Acera, ex jefa de gabinete de Óscar López.
Tal como cuenta uno de los delegados al 41º Congreso Federal, "no sé cómo aguanta este hombre". Y resiste. Este sábado, este madrileño de 52 años abrirá el que será el cuarto Congreso Federal del que sale como secretario general. Su posición judicial es tan delicada que eso ha terminado por acallar las posibles críticas que se esperaban en el cónclave, tales como la del manchego Emiliano García Page y el castellano Luis Tudanca. Es más, el encaje del acuerdo para la singularidad fiscal de Cataluña en el cuerpo ideológico del partido se presentaba como uno de los grandes debates del Congreso, pero la Ponencia Marco ha solventado este asunto con un redactado que esquiva el pacto fiscal y que puede ser aceptados por todo.
No parece que este Congreso será el de la cuestión catalana, sino el de la respuesta de Pedro Sánchez a su situación personal. Eso es lo que esperan varios delegados con los que ha hablado este medio.
La actual legislatura de Sánchez está siendo la más complicada de todas. El PSOE tuvo que viajar a Warterloo para que un fugado de la Justicia, Carles Puigdemont, apoyase su investidura a cambio de una ley de amnistía que le ha enfrentado al Tribunal Supremo, a notables históricos de su partido y a una mayoría de la opinión pública española. Pero Puigdemont sigue en Bruselas, el Supremo ha recurrido ante el Constitucional la aplicación de la ley al líder de Junts por un cuestionado delito de malversación. Los independentistas catalanes son los que más dolor de cabeza dan al Gobierno, fueron ellos los que impidieron aprobar la senda de estabilidad que iba a abrir el trámite de los Presupuestos Generales. Y sin Presupuestos, no hay legislatura, aunque el grupo socialista sí cree que ahora es posible.
El único éxito de esta legislatura ha sido la elección de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, el PSOE ha podido sumar un territorio de importancia a lo que era un desierto autonómico. Sin embargo, el coste ha sido muy alta, la hacienda propia de Cataluña ha sido la moneda de cambio, pero ni siquiera esto es algo que haya logrado materializar.
Pero los problemas más graves de Sánchez son los judiciales y los reputacionales. Dos de sus familiares más directos, su esposa y su único hermano, están siendo investigados, y el Tribunal Supremo puede terminar por involucrarlo en la investigación de la filtración del fiscal general del Estado. Su partido sostiene que Sánchez está siendo perseguido por algunos jueces en una operación similar a la que sufrió Felipe González en su última legislatura. La organización Manos Limpias, de orientación ultraderechista, es la que ha provocado con dos denuncias las investigaciones a sus familiares y el choque entre el Supremo y la Fiscalía del Estado tiene su prólogo en el descontento de los magistrados con la ley de Amnistía.
Una persona que conoce bien la psicología de Sánchez da por hecho que el presidente del Gobierno no dimitiría si es imputado por el Supremo por el caso de su esposa o de la filtración del fiscal del Estado, porque lo entendería como un ataque programado. Sin embargo, eso no estaba en el guion del presidente. Si Sánchez pudo ganar la moción de censura contra Mariano Rajoy en 2018, fue por la inclusión -sin repercusión penal- del presidente del Gobierno del PP en la sentencia de la Gürtel que reconocía que el PP se lucró de modo ilegal.
Pero estos casos son menores al lado de la trama de Koldo, Ábalos y Aldama. Este último empresario, paradigma del intermediario, intenta llegar a un acuerdo con la Fiscalía Anticorrupción y ha comenzado por acusar de cobrar sobornos al secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, y al jefe de gabinete de María Jesús Montero, Carlos Moreno. Las andanzas del comisionista y el ex ministro de Transportes sí constituyen una amenaza real para el Gobierno.
Los delegados esperan que Sánchez abra el Congreso el sábado, cuando se inaugura de modo oficial, con un discurso que aclare el futuro y sirva para dejar unido al PSOE antes de que comiencen los cónclaves regionales, donde se renovarán la mayoría de los liderazgos.
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