Cajón de sastre

Francisco González / García

La teja de Arístides

04 de noviembre 2014 - 01:00

SE ha declarado recientemente que el gobernante debe ser justo. Desde luego que es cierto, aunque no muy original. Plagio al gobernante y les comento algunas historias que tienen casi 26 siglos a sus espaldas. Por supuesto que cualquier parecido con la situación política actual es mera casualidad.

Cuentan de Arístides, llamado el Justo, que murió pobre a pesar de los grandes servicios que prestó a la ciudad de Atenas. Participó en las batallas de Maratón, Salamina y Platea, pero nunca fue el jefe supremo, solo sirvió por el bien común de su ciudad. Platón lo alaba por lo difícil que era vivir dentro de la justicia cuando tenía grandes posibilidades de obrar injustamente, lo que en el mundo actual podría traducirse como que no se enriqueció a costa de sus conciudadanos atenienses. Y ciertamente que tuvo oportunidad pues gestionó los impuestos que Atenas recogía de sus aliados. No les voy a decir que comparen con la situación actual porque me acusarían de anacronismo.

Por alcanzar tal fama de justo, algunos lo empezaron a ver con malos ojos y propusieron su expulsión de Atenas. En particular lo veía mal el jefe de la oposición, un tal Temístocles. Es decir que le planteó una moción de censura, pero de las de aquellos tiempos. El proceso de expulsión se llamaba ostracismo porque el nombre del candidato a ser expulsado se escribía sobre una teja de arcilla (óstraca). Se dice que el propio Arístides ayudó a un campesino a escribir su nombre en una teja. Al campesino le molestaba la fama de Arístides aunque ni siquiera lo conocía. Tampoco les voy a pedir que comparen con la facilidad con la que nuestros políticos actuales dimiten, porque no encuentro muchos ejemplos, la verdad.

Más allá de Arístides, que puede ser un caso de pura envidia, el ostracismo lo entendían los atenienses como una buena medida para evitar la tiranía, evitar que alguien se encumbrase y se creyera en el derecho de ejercer el poder de forma continuada. Es que soy insustituible, oigan. Tampoco les pido que piensen que esto se podría traducir a esas palabras que oímos cuando hay que elegir ciertas candidaturas: "Mientras los ciudadanos me voten", "estoy al servicio de mi partido", "lo que quiera la ciudadanía".

Los cronistas romanos, algunos siglos después, reprochaban la pobreza de Arístides. El Estado, dicen, tuvo que pagarle la tumba. Ser honrado y tener hacienda próspera les parecía incompatible a los romanos. Juzguen ustedes mismos si no es pura casualidad. Vale.

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