Chinas | Crítica

Tratado de conflictos interculturales

Una imagen del filme de Arantxa Echevarría.

Una imagen del filme de Arantxa Echevarría.

Tras el paréntesis de encargo de La familia perfecta, Arantxa Echevarría regresa a los contornos del barrio popular y el conflicto intercultural que hicieron de Carmen y Lola un interesante aunque desigual acercamiento a la sexualidad femenina en el contexto de la comunidad gitana.

Unos contornos situados ahora en el barrio madrileño de Usera donde se asienta buena parte de la comunidad china y que sirve de marco para un nuevo drama cargado de conflictos, casi sale a uno por escena, distribuidos en tres tramas protagonizadas por dos hermanas de una misma familia de inmigrantes que regenta un bazar y la niña china adoptada por una pareja de clase media que pasa por su correspondiente crisis emocional.

El guion que firma la propia Echevarría presenta pronto las cartas de la confrontación entre generaciones, padres e hijos e inmigrantes y locales como trazado dialéctico y didáctico para su historia. Chinas parece poner siempre a su espectador ante una lección o una señal de alarma sobre las dificultades de la integración, el racismo, la identidad o las raíces, y lo hace casi sin respiro, incluso cuando se aparta de los temas para centrarse en las experiencias vitales cotidianas de sus chicas, en sus amores, proyecciones, deseos de amistad, complejos o aspiraciones de normalidad o emancipación.

A la postre, lo mejor de la película hay que buscarlo, como en Carmen y Lola, lejos de su férrea estructura dramática, a saber, en el desparpajo, en ocasiones verdaderamente auténtico y liberado, de esas niñas y adolescentes que viven su vida y su edad independientemente de lo que los adultos o la mirada cenital de esta película pretenden imponerles.