Irati | Crítica

Magia, carne y hueso

Vaya por delante que Irati, como buena parte del cine de fantasía guerrera y folclore mágico, no es precisamente mi tipo de película. Con todo, tampoco anda demasiado sobrado el cine español de este tipo de propuestas como para pasar por alto o no apreciar los indudables méritos y cualidades de una producción eminentemente vasca que, como aquella Errementari con la que debutaba Paul Urkijo hace cinco años, asume la idiosincrasia del género, también su lugar a caballo entre la serie A y la serie B, con no poca ambición y un más que sorprendente resultado final.

Irati fusiona historia, leyenda y cómic (Landa y Muñoz Otaegui) para trasladarnos a los bosques y montañas del Pirineo vasco-navarro en plena Edad Media como escenario agreste y espectacular para un pulso entre los señores cristianos, los sarracenos y las fuerzas paganas del valle encarnadas en una serie de brujas y bestias que esconden los secretos, el poder y la mitología ancestrales del lugar y los equilibrios entre la furia guerrera, fratricida y destructora del hombre y la armonía del orden natural, lo que añade al filme el toque obligado de actualidad ecologista.

Urkijo se maneja con evidente soltura y sentido épico en las escenas espectaculares y violentas, aunque su principal mérito es haber creado un mundo ficcional sólido y creíble entre barbas postizas, un diseño de producción extraordinario, una poderosa banda sonora de Calleja y Mursego y unos efectos especiales de espíritu harryhauseniano bien trufados entre las etapas y paradas de la aventura del heredero Eneko (Sagardoy) y la enigmática Irati (Azkárate) donde caben desde encuentros con cíclopes y serpientes gigantes hasta una memorable escena de sexo entre especies.

En algún lugar entre el folclore vasco, la leyenda artúrica y El señor de los anillos, Irati asume con control y ambición las reglas de su juego genérico e identitario para manejarlas con la solidez artesanal de ese cine clásico de vocación popular que sabe también encontrar rincones y fogonazos de belleza lírica bajo el estruendo de los tambores de guerra.