Viaje al mundo perdido

Montañismo

Faustino Rodríguez, Manuel Márquez y Juan Carlos Díaz, del Club Montañero Sierra del Pinar, culminaron la ascensión al Roraima en los Tepuis de Venezuela

Viaje al mundo perdido
Viaje al mundo perdido
D. Lamparero

24 de marzo 2008 - 12:01

Faustino Rodríguez, Manuel Márquez y Juan Carlos Díaz, del Club Montañero Sierra del Pinar, han regresado a Jerez tras culminar la ascensión del pico Roraima en Venezuela, una montaña lejana y exótica que se alza sobre las sabanas y selvas de la Guayana y el Amazonas, culminando una expedición muy distinta a las habituales.

En el diario de la expedición, Faustino Rodríguez relata que la aventura comienza atravesando "el extensísimo territorio que compone la llamada 'Gran Sabana' y ponernos al pie de los afamados Tepuis. Desde Ciudad Bolívar, a unos seiscientos kilómetros de Caracas, aún tenemos otros más de setecientos kilómetros para llegar hasta Santa Elena de Uairén, en la frontera con Brasil y Guyana". Después de numerosos controles "llegamos a Santa Elena", donde Carl y Tomuku, un surafricano y una japonesa, se unen a la expedición.

Los jerezanos explican que "vamos atravesando terreno de sabana, un bucólico paisaje de yerbas altas salpicado de algunos bosquetes selváticos, es un continuo subir y bajar colinas y como telón de fondo los impresionantes Tepuis Kukenan y Roraima que se alzan sobre selvas y sabanas. Conforme va avanzando la tarde las nubes se van descolgando de los Tepuis y vemos a lo lejos cortinas de lluvia que comienzan a regar el pie de monte y la sabana".

Después de unas cuatro horas "llegamos al primer campamento. Se trata del lugar conocido como Río Tek, que baja caudaloso de las inmediaciones del Tepui Kukenan. Nos acomodamos en una pequeña choza Pemón", etnia india de la zona. La mañana siguiente "amanece fresca y radiante", explica Faustino Rodríguez, y "pronto, antes de que el sol pegue más de la cuenta ,cruzamos el río Tek para media hora después vadear el río Kukenan buscando zonas donde el río se muestra menos caudaloso; después, el terreno comienza a empinarse decididamente. Vamos observando restos de bosque quemado", y tiene su explicación: los indígenas Pemón siguen manteniendo la práctica nefasta de quemar los bosques para conseguir pastos y caza".

Luego, "comenzamos a subir algunas pendiente fuertes y vamos ya decididamente hacia la base de la pared del Roraima. Vamos viendo claramente la vía de ascensión a la cima; hasta ahora parecía no haber un paso de subida pues desde la distancia toda la montaña parece estar defendida por impresionantes murallas verticales. Ahora, a un lado de la pared y entre las colosales murallas vemos una franja, que aún apareciendo vertical desde aquí si parece posible la ascensión; es lo que llaman 'La Rampa', una sucesión de resaltes rocosos y herbáceos por donde se abre paso un aéreo sendero que en principio nos va a conducir directamente a la cima".

A buen paso, la expedición de los jerezanos llega al segundo campamento: "Encontramos unas plataformas herbáceas de excelente panorámica para instalarnos y justo al lado una pequeña cabaña de madera hace las veces de cocina. Nos bañamos en un arroyo cercano y de aguas decididamente frías".

En un instante, negros nubarrones se descuelgan del Tepui y vierten litros de agua a cubazos sobre el campamento, pero la tormenta dura poco y el paraje cobra su tradicional quietud. De cena, arroz al curry y una riquísima piña. A la mañana siguiente, arepas de jamón y queso y un buen café largo para desayunar y "comenzamos la fase final de la ascensión al Tepui Roraima. Tras atravesar algunos riachuelos el sendero comienza una fuerte ascensión que nos va a conducir hacia la misma base del Tepui. El recorrido se asemeja en algunos tramos a una escalada fácil pues vamos superando resaltes donde es necesario progresar ayudándonos con las manos a través de cómodos agarres en la roca", comentan los montañeros del Sierra del Pinar.

Poco después la vegetación se hace selvática y los jerezanos descubren "raras plantas de hojas gigantes y en medio de la espesura verde surgen llamativas flores de vivos colores, helechos y brezos arborescentes, curiosas y estilizadas palmeras… nuestro discurrir parece semejarse a diminutos seres atravesando un jardín de gigantescas y extrañas plantas".

Rodríguez relata que "el sendero casi no nos da respiro, de cuando en cuando paramos para recuperar el aliento. Hacemos una parada en el lugar conocido como 'El Mirador de los Dioses'; estamos ya muy altos, desde allí observamos las impresionantes paredes del Tepui y vemos que nos encontramos poco más arriba de la mitad de la descomunal tapia".

Tras pasar por un pequeño bosquete de palmeras muy delgadas cosidas literalmente a la pared, el espectacular camino depara otra sorpresa a los jerezanos: "Llegamos al lugar conocido como 'Paso de las lágrimas'; hasta allí y desde la colosal altura del Tepui se descuelga un impresionante salto de agua. Descansamos un buen rato arrullados por el rumor de la cascada".

Después comienza la ascensión a la 'Rampa'. Faustino Rodríguez explica que "se empina considerablemente pero la hacemos rápida y franca. Un poco más y por fin alcanzamos la cima del Tepui. La mañana siguiente la empleamos en explorar los alrededores. Llegamos a uno de los extremos del Tepui Roraima. El lugar es impresionante, frente a nosotros se alza el no menos colosal Tepui Kukenan y entre los dos el llamado 'Paso de los Tepuyes'. Las nubes juegan con las montañas y muy abajo, a más de mil metros de caída vertical y hacia oriente se abren las profundas y misteriosas junglas de la Guyana, cientos de kilómetros cuadrados de vacío casi absoluto. Al otro lado, Brasil y más selvas...",

Tras almorzar arroz con chorizo brasileiro y vegetales, el resto de la tarde la pasan los expedicionarios tumbados como lagartos aprovechando las piedras 'calentitas'; una noche ventosa deja paso a un nuevo amanecer y al poco emprendemos la bajada por la 'Rampa'. "Vamos dejando atrás el mundo del Tepui, sus extrañas y convulsas piedras, sus preciosas y enigmáticas plantas, sus brillantes minerales, sus pequeños ríos y lagos, sus "jardines zen", sus nubes y sus vientos…, vamos dejando, quizás para siempre, un mundo hecho de roca y silencio", explica Faustino Rodríguez.

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