Javier Castroviejo | Biólogo

"Nos iría mejor si gestionaran Doñana desde Berlín o Upsala"

El biólogo Javier Castroviejo.

El biólogo Javier Castroviejo. / Juan Carlos Muñoz

Hijo del escritor y naturalista José María Castroviejo, Javier Castroviejo (Bueu, Pontevedra, 1940) fue director de la Estación Biológica de Doñana durante 14 años y ha dedicado su vida al estudio y a la defensa de la naturaleza. Curioso, socarrón y sabio, Castroviejo pertenece a una generación que fue pionera en la biología de campo en España junto a leyendas como Félix Rodríguez de la Fuente, con quien colaboró en la mítica serie El hombre y la tierra y en la enciclopedia Fauna Ibérica.

–Trató a Félix Rodríguez de la Fuente, ¿cómo fue?

–Mi padre me dijo que había un muchacho en Madrid que estaba retomando la caza con halcones, la cetrería. Nos empezamos a cartear en 1956.

–¿Cómo era el mito?

–Una persona con mucho entusiasmo y capacidad de convicción. Era muy trabajador, captó el fondo de la ecología y del papel de los predadores y tenía esas extraordinarias facilidad de palabra y de retención.

–También abanderó la recuperación del lobo. ¿Sigue necesitando protección?

–En los años 50 el lobo estaba en toda España y, a mitad de los 70, quedó a punto de desaparecer. Tiene que seguir recuperando el área que tenía, pues es un elemento más de los ecosistemas.

–El hombre y el lobo han tenido una relación singular.

–Los humanos eran cazadores e inevitablemente tuvo que haber interacciones. Cuando el hombre o el lobo cazaban una pieza grande, ambos intentarían robarse parte del botín. Las interacciones tenían que ser profundas. De ahí surge el perro, que es una de las enormes contribuciones del lobo a la especie humana.

–¿Por qué despierta animadversión?

–El lobo es un ser mítico, venerado y temido a la vez. En el Neolítico, hace 8.000 años, llega la agricultura. El lobo era entonces venerado porque defendía los cultivos de los herbívoros silvestres. Más tarde, hace 4.000 años, los humanos empiezan a criar animales silvestres y aparece la ganadería, dejando a los lobos con menos presas. Para ellos es más fácil cazar a un borrego que a un corzo dando saltos. Ahí empieza el conflicto.

–El conflicto es más acusado en el mundo rural, ¿no?

–Nada tiene nada que ver con una dicotomía entre lo urbano y lo rural. Es el ganadero, urbano o rural. Y el que no es ganadero, urbano o rural, no tiene nada contra del lobo. Ocurre así en todo el mundo. El ganadero quiere exterminar al depredador que ataca el ganado. En América pasa con el jaguar o el puma; en África, con el leopardo o el león.

–¿Y para evitar el conflicto?

–La especie humana, como todo quisque, tiende a tener lo máximo posible trabajando lo menos posible. Si el ganadero recibe una subvención por una vaca y quiere hacer una montería, pues echa pestes del lobo, pero igual que yo echo pestes de esos caballeros que reciben unas subvenciones sabrosísimas para que intenten acabar con una especie protegida por la Unión Europea. Y la Junta tiene que cumplir la ley en el plan andaluz de conservación del lobo.

–Al lince se le considera un animal con una gran vista, pero parece lo contrario, que tiene poco ojo, que es más bien torpe.

–No es torpe. Tampoco hábil. Es un felino. Plantear la protección del lince sin plantear primero que haya alimento es erróneo.

–¿A qué se refiere?

–Hay que dedicar todos los esfuerzos a intentar modular las epidemias de los conejos. No sólo por el lince. El conejo es una pieza básica en todo el mediterráneo.

–El conejo es una especie invasora en muchos países del mundo, ¿no?

–El conejo se ha llevado a muchas partes. Los ingleses, que no son modelo de casi nada, llevaron a Australia y Nueva Zelanda ciervos, rebecos, zorros, armiños... y conejos. Allí no tienen depredadores y se han convertido en una plaga. Para especie invasora, el ser humano.

–¿Y eso?

–Somos los grandes colonizadores expansionistas. Desde un grupo salido de África Oriental, estamos en todo el mundo salvo en la Antártida.

–¿Cómo está Doñana?

–Me temo que en una situación de no retorno.

–¿Por qué?

–Porque probablemente no sea recuperable. Por un lado está el patrimonio natural y, por otro, el patrimonio cultural, que van unidos. El cultural creo que no se puede recuperar ni quieren. Las administraciones públicas no lo han pretendido nunca. Han desaparecido un montón de especies, edificios del siglo XVIII, las costumbres... Han echado a la gente que llevaba toda la vida en la marisma. Eso no puede recuperarse.

–¿Y el patrimonio natural?

–Hay posibilidad de retorno si se cumplen las leyes, algo que me parece casi imposible en este país. Si se actúa con inteligencia y diligencia, quizá haya posibilidad de una vuelta atrás. En Huelva tenían toda la sierra, pero la mitad se la llevaron por delante los eucaliptos de una fábrica de celulosa que quebró. La ría de Huelva está muerta. El estuario del Tinto y el Odiel, casi muerto. Y Doñana... Ese conjunto fantástico no se murió solo, lo hemos matado.

–El Parlamento de Andalucía comenzó a tramitar una ley antes de disolverse.

–Una ley para incumplir las leyes. Es una operación grotesca de intentar legalizar lo ilegalizable. En Doñana, como en otros muchos sitios de España, las leyes no se cumplen.

–A Doñana le vendría bien otra gestión.

–Nos iría mejor si la gestionaran desde Berlín o Upsala, donde no lleguen los tractores que arman el lío.

–Quizá los alcaldes de la zona sufran presiones.

–A mí me nombraron persona non grata en Almonte.

–¿Por qué?

–Que le pregunten a quienes mandaban entonces en Almonte. Nos culparon del paro en Huelva. Es algo extraordinario. No mucha gente tiene esa distinción.

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