Una de las muchas maneras de matar a Franco
FRANCO: 50 AÑOS, 50 HISTORIAS [6/50]
Max Aub, español de padre alemán y madre francesa, una vida atravesada por dos guerras mundiales y la Guerra Civil, escribió un cuento divertidísimo sobre un mexicano que intenta acabar con la vida de Franco
Cuando caiga Franco…”. Es la frase que más veces se repite en este cuento de Max Aub (París, 1903 - Ciudad de México, 1971). Apareció por primera vez en 1960 como relato principal del libro La verdadera historia de la muerte de Franco y otros cuentos. La más reciente, con unas magníficas ilustraciones de Antonio Santos que hubieran puesto de los nervios a Carmen Polo, la editó en Granada Cuadernos del Vigía en 2014.
No tantos como Fidel Castro, pero tuvieron que ser numerosísimos los intentos de acabar con la vida de Franco, que tuvo mucha más suerte que Sanjurjo, Mola o muchos años más tarde su mano derecha, el almirante Luis Carrero Blanco. La idea de atentar contra Franco surge en la mente del protagonista del relato de Max Aub al llegarle noticias “de un frustrado atentado, en Washington, de unos irredentos puertorriqueños contra el presidente Truman”.
El verdadero detonante no fue la nueva de ese fallido atentado, sino el hartazgo del personaje de oír tantas historias de la inminencia del final de los días del militar que desencadenó la Guerra Civil. Este supuesto antifranquista no era tal. En el relato de Max Aub, se llama Ignacio Jurado Martínez, nacido en un pueblo del estado mexicano de Sonora el 8 de agosto de 1918. Llegó a la capital el 7 de octubre de 1938. Con 15 años entró a trabajar de mesero (camarero en México) en un café de la calle 5 de mayo. Un trabajo ideal, una clientela fija, una rutina apenas modificada con el relevo de los revolucionarios por los intelectuales. Oficinistas, libreros, aduaneros, empleados de Ferrocarriles… Una placidez laboral y mental que se fue al garete de la noche a la mañana: “Todo cambió a mediados de 1939: llegaron los refugiados españoles”.
Max Aub Mohrenwitz tiene el mapa de Europa en sus apellidos. De padre alemán y madre francesa, su vida se vio atravesada por dos guerras mundiales y la Guerra Civil española. Tuvo cuatro nacionalidades y muchos más quehaceres: poeta, dramaturgo, director de radio, profesor universitario, novelista, cuentista, diplomático (gestionó la llegada a París en plena guerra del Guernica), biógrafo y amigo de Luis Buñuel y guionista de cine, tarea en la que trabajó con André Malraux en la adaptación de su novela L’Espoir al cine, con el título de Sierra de Teruel.
Huyendo de la Primera Guerra Mundial, la familia se instala en Valencia. En su huida de la Guerra Civil española, se topa en Francia con los campos de internamiento de la Segunda Guerra Mundial: al de Roland Garros llegó y no para jugar al tenis precisamente. Deportado a Argelia, consigue escapar de nuevo y en Casablanca se embarca en 1942 rumbo a Veracruz. Max Aub es el Bernal Díaz del Castillo del exilio mexicano con obras como La gallina ciega, apuntes tras su agridulce y puntual regreso a España en 1969, o las seis novelas sobre la Guerra Civil que forman El laberinto mágico.
De todo ese material, La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, estas peripecias de un Chacal a su pesar, son una mirada divertida y autocrítica no sólo del exilio sino de la mirada pazguata que casi 90 años después se tiene del mismo en la España actual. “Algún día se escribirá la verdadera historia de este fabuloso cuento”, se lee en la introducción de la edición granadina, “que refleja como ninguno el ambiente citadino de los cafés mexicanos de aquella época, las obsesiones de los trasterrados, la manera de verse entre sí mexicanos y exiliados y la inutilidad de la muerte de Franco para resolver los problemas de España”.
Todo cambió a mediados de 1939. “Los refugiados, que llenan el café de la mañana a la noche, sin otro quehacer visible, atruenan: palmadas violentas para llamar al camarero, psts, oigas estentóreos, protestas, gritos desaforados, inacabables discusiones en alta voz, reniegos, palabras inimaginables públicamente para oídos vernáculos”. Con todo tipo de reproches de anarquistas con comunistas, de éstos con liberales. “Cuando yo le dije al general…”, “cuando tomamos la Muela…”, “si no es porque la 47 empezó a chaquetear…”, “si no es porque Prieto...” “Todos héroes, todos seguros de que, a los seis meses, regresarían a su país, ascendidos”. Nacho, el camarero de Sonora, estuvo tentado de volverse a Guadalajara.
Cuenta que los autóctonos emigraron del local. “Quedaron los del desayuno –que los españoles no eran madrugadores– y los intelectuales”. Y éstos recibieron refuerzos con la llegada al Café Español de Pedro Garfias (uno de los pasajeros del Sinaia, el barco que salió del puerto francés de Sête con destino a Veracruz, recibidos por el presidente Cárdenas), León Felipe (“barba y bastón”), José Moreno Villa, “tan fino”, José Bergamín, “con el anterior, únicos de voz baja”, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Juan Rejano, Francisco Giner de los Ríos, Juan Larrea, Gustavo Gaya… a los que se sumaron mexicanos entre los que estaba el futuro Nobel de Literatura Octavio Paz. Todos menos Cernuda.
Refugiados con su nostalgia y sus contradicciones, “con el orgullo que les produjo la obra hispana que descubrieron como beneficio de inventario ajeno, de pronto propio. Jamás las iglesias produjeron tanta jactancia, y más en cabezas, en su mayor número, anticlericales”.
Le pasa por la cabeza la idea de viajar a Madrid para atentar contra Francisco Franco, para así librarse de toda esa monserga de los gachupines. “En 1945 todo parecía arreglado”. Un buen año para los tiranicidios: el 28 de abril de ese año Benito Mussolini fue ejecutado con su amante Clara Petacci; el 30 de abril Adolf Hitler se suicida con Eva Braun en su búnker de la Cancillería del Reich en Berlín. También acaban con su vida esa primavera Heinrich Himmler y Goebbels, que antes llamó a un dentista para que le suministrara morfina a sus seis hijos.
El camarero mexicano cogió en junio de 1959 un avión con destino a Madrid. Seis meses antes de que llegara Eisenhower. (El cineasta Gonzalo Suárez tiene una novela en la que fabula con un intento de atentado contra el presidente norteamericano durante su breve visita). Nacho se inventó “una vida verosímil: salido niño de San Juan, años en Nueva York (sin necesidad del inglés), muchos más en México, de donde el modo de hablar”. Le gustó Madrid, se ganó la amistad de un tipo aficionado a los toros y a la manzanilla y se fue de uniforme al desfile del 18 de julio. No se debe contar más. Qué gran película para su amigo Buñuel. O para Billy Wilder.
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