El último día del caudillo, el último año de Franco
FRANCO: 50 AÑOS, 50 HISTORIAS [1/50]
El 1 de octubre de 1936, Franco fue proclamado Generalísimo en Burgos; el 1 de octubre de 1975 hizo su postrera aparición pública después de firmar sus últimos fusilamientos
Cuarenta años, o poco menos, de un poder casi absoluto: 1 de octubre de 1936-20 de noviembre de 1975”, escribe el historiador francés Bartolomé Bennassar en su biografía de Francisco Franco. “Hitler duró doce años; Mussolini, veintiuno o veintitrés; Stalin, veintinueve; Franco, más, y, como Stalin, murió en la cama”.
Franco convirtió el 1 de octubre en el día del caudillo de la misma forma que el 1 de abril quedó consagrado como Día de la Victoria. El 1 de octubre de 1936, con el cuartel general en Burgos después de las escalas de Franco en Sevilla, Cáceres y Salamanca, se apropia del concepto de Cruzada. El primado de España, el cardenal Pla y Deniel, testigo privilegiado del incidente en la Universidad de Salamanca entre Unamuno y Millán Astray, les cedió dependencias del Palacio Arzobispal de la diócesis salmantina como residencia a Francisco Franco y Ramón Serrano Súñer y a sus respectivas esposas, las hermanas Carmen y Ramona Polo.
En una reunión en un barracón del aeródromo cerca de Salamanca, el general Cabanellas presidió el 21 de septiembre de 1936 una reunión a la que asistieron, entre otros, Franco, Mola y Queipo de Llano. “En el almuerzo posterior”, cuenta Julián Casanova en su libro Franco (Crítica), “en la finca del ganadero de toros Antonio Pérez-Tabernero, todos se mostraron a favor de nombrar un jefe único, salvo Cabanellas, que defendió que siguiera una junta como la que ya estaba constituida y él presidía. En la votación, Franco salió elegido Generalísimo”.
El 1 de octubre es la fecha fundacional del Régimen. Dos meses y medio después del golpe del 18 de julio de 1936, dos años y medio antes del final de la guerra (1 de abril de 1939), Franco fue nombrado jefe de Gobierno del Estado español “en una ceremonia espectacular” (Casanova), “orquestada por Millán-Astray y Nicolás Franco, en la que el general Cabanellas, en presencia de diplomáticos de Italia, Alemania y Portugal, le entregó el poder en nombre de la Junta de Defensa que presidía desde el 24 de julio”. Franco aceptó el cargo en la Capitanía de Burgos, donde ya se encontraba en su particular ratonera Manuel Machado. El poeta, huésped de la pensión Filomena, había viajado a la capital castellana el 15 de julio de 1936 con su esposa, Eulalia Cáceres, para visitar a la hermana de ésta, Carmen Cáceres, monja de un convento burgalés, el día de su santo. Nunca volvería a ver a su hermano Antonio, muerto en Colliure el 22 de febrero de 1939. Unamuno, protagonista del incidente con Millán-Astray, moría el último día del año 1936.
Un dictador contra corriente. Franco se había negado a secundar el golpe de Sanjurjo del 10 de agosto de 1932. Su compañero de armas en África falleció en accidente aéreo al salir del aeródromo de Estoril el 20 de julio de 1936. Emilio Mola, cerebro del golpe desde Pamplona en sus primeros compases, murió en idénticas circunstancias el 3 de julio de 1937 en el pueblo burgalés de Alcocero, desde entonces Alcocero de Mola.
A cincuenta días de los cincuenta años de la muerte de Franco, fue el general Cabanellas uno de los primeros que se refirió de modo profético a ese momento en un comentario que recoge el propio Casanova: “Ustedes no saben lo que han hecho, porque no lo conocen como yo, que lo tuve en el Ejército de África como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando; y si, como quieren, van a darle en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la Guerra ni después de ella, hasta su muerte”.
Desde el 1 de octubre de 1936 hasta el 1 de octubre de 1975. Desde su proclamación como Caudillo de las Españas, pese a que sólo tres de los 18 generales de División le acompañaron en la sublevación (Queipo de Llano, Cabanellas y Goded) hasta su última aparición pública en un balcón de la Plaza de Oriente. Ya había contraído el párkinson y sobrevivido a duras penas a la famosa tromboflebitis, pero no le tembló el pulso para firmar en el Consejo de Ministros del 26 de septiembre de 1975 sus últimas cinco condenas a muerte, aunque la prensa del Régimen destacó las seis conmutaciones de la pena capital sobre otros tantos procesados.
Franco murió matando. El 27 de septiembre fueron fusilados en Hoyo del Manzanares los militantes del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz. Medio siglo después, se han conocido las múltiples irregularidades que concurrieron en el procesamiento y posterior condena del primero. El párroco de la localidad madrileña acudió a las ejecuciones y testificó que algunos de los que formaban el pelotón de fusilamiento habían llegado borrachos. También murieron fusilados los etarras Juan Paredes Manot Txiki y Ángel Otaegui en Barcelona y Burgos, respectivamente. De nada sirvieron las visitas que la madre del segundo hizo al cardenal Jubany, al obispo Alberto Iniesta y al cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Ni las peticiones de clemencia del papa Pablo VI, la carta que Nicolás Franco envió a su hermano para que reconsiderase su decisión o el gesto de Olof Palme recorriendo las calles de Estocolmo con una hucha recaudando fondos para las familias de los condenados. El primer ministro sueco sería asesinado once años después a la salida de un cine de Estocolmo. El presidente de México Luis Echevarría pidió la expulsión de España de la ONU (donde ingresó en 1955) y una docena de democracias occidentales retiraron a sus embajadores de Madrid. Fue el último Día del Caudillo y el primero de los cincuenta últimos días de la vida de Francisco Franco Bahamonde. El 20 de noviembre se cumplen cincuenta años de su muerte. Hace cien años, en 1925, ascendió a coronel en su meteórica carrera castrense. Su penúltimo año de ascenso en África. Dos años después de casarse en Oviedo con Carmen Polo. Tres años antes de ser nombrado director de la Academia Militar de Zaragoza, cuyo cierre por Azaña empezó a crearle la semilla del malestar y el reconcome.
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