GODLAND | FESTIVAL DE CINE DE SEVILLA

Intentar domar lo indómito

El protagonista de una de las primitivas fotografías tomadas por el pastor de 'Godland'.

El protagonista de una de las primitivas fotografías tomadas por el pastor de 'Godland'.

Segundo largometraje del islandés Hlynur Pálmason (el hombre de las panorámicas atroces), Godland empieza pronto marcando territorio: relación de aspecto 1.33:1, ausencia de ventanilla de proyección que deja visibles los redondeados bordes del fotograma, simulación de trazas de polvo en forma de puntos blancos en la imagen. Sin embargo, la primera escena, una conversación entre padre e hijo (ambos pastores protestantes) antes de la marcha del segundo a construir una iglesia en una remota zona en la Islandia danesa del XIX, muestra una vela encendida sobre la mesa que no ilumina nada, sólo decora, al igual que los aspectos técnicos antes mencionados. 

Godland está partida en dos mitades, la primera, que se extiende durante una hora, acompaña el largo y accidentado periplo de la expedición, donde se siente al menos la belleza de un paisaje amenazador y se evidencian los padecimientos físicos de los actores y el equipo en unos tiempos de cómodos y pulcros rodajes digitales de los cuales claramente se aleja también con su imagen analógica. Este bloque, con mucho lo más interesante del filme, se sitúa sin embargo muy lejos de la demencia, el riesgo y la idea de fracaso del cine de un joven Herzog, al que Pálmason mira de reojo pero a quien probablemente este viaje le habría parecido poco menos que un picnic en Central Park.

En la segunda parte, cuando Pálmason se queda ya sin paisaje descubrimos que se queda también sin película; es entonces cuando apresuradamente se dedica a trabajar unos personajes y un guion a los que durante la primera hora no les había prestado la menor atención. Por supuesto nada le funciona, ni la historia de amor, ni la de culpa, ni la de venganza... y menos aún el cebo argumental de las primitivas fotografías (las originales ni las muestra), precioso material genealógico con el que no sabe qué hacer. Al final, en vista de su incapacidad, pone a la naturaleza a rugir de nuevo y saca la navaja a pasear para forzar un clímax y saldar cuentas.