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Balance | SEFF 2023

¿A quién pretendían engañar?

Una imagen del documental 'La estafa del amor', de Virginia Gª del Pino.

Una imagen del documental 'La estafa del amor', de Virginia Gª del Pino.

Películas con fecha de estreno inminente, repescadas de otros festivales españoles o incluso ya estrenadas comercialmente, una raquítica retrospectiva dedicada a Víctor Erice con apenas tres largos que llevan ya circulando en salas más de dos meses, una abultada sección andaluza sin verdadera selección (¡ay, Juan Antonio!), dos cintas restauradas de escaso interés, ningún ciclo u homenaje, no digamos ya algo que celebre o recuerde el 20º aniversario del certamen, apenas un par de pases por película en horarios apretados o solapados, ausencia casi total de proyecciones para prensa y acreditados (total, ¿para qué prensa y qué acreditados?), un puñado de invitados, la mayoría locales y nacionales, multiplicándose en las presentaciones, mesas y encuentros, pocas y deslucidas actividades paralelas, ni un mísero cartel o banderola que identifiquen que en el Nervión Plaza se celebra un festival de cine europeo entre Napoleón y The Marvels… ¿De verdad pensaban que iba a colar?

Una mirada indulgente a las circunstancias en las que ha existido finalmente, pese a los dichosos Latin Grammy, esta 20ª edición del SEFF diría que, por lo menos, se han salvado los muebles de la previsible catástrofe tras la marcha por la puerta de atrás de Cienfuegos, la cama hecha a su sucesor y desaparecido en combate Tito Rodríguez, el fuego cruzado entre la corporación saliente y la actual cargado de medias verdades y pretextos fantasma y el desembarco de urgencia desde Madrid de un Manuel Cristóbal que ha tirado de contactos y ha dado la cara para montar algo donde se puedan ver películas y el alcalde y las autoridades puedan pasar por una gala (¡glups!) o un photocall junto a los sospechosos habituales.

Una mirada objetiva y medianamente crítica, como corresponde a un evento que había alcanzado un nivel internacional acreditado, una identidad y una línea editorial propias en tiempos de festivales clónicos y unas cifras más que aceptables, deja un balance ciertamente desolador.

Por otro lado, para los que no somos muy festivaleros esta edición tampoco ha sido peor que otras en lo que respecta a la cantidad y calidad media de los filmes exhibidos, una vez liberada la exigencia del concurso y los premios, la obligación del estreno nacional y que las distribuidoras del sector hayan ofrecido sus títulos más golosos, algunos entre los mejores del año como Fallen leaves, La quimera o Here, para esos dos únicos pases que a lo sumo les van a restar 500 entradas cuando llegue la hora del estreno comercial en Sevilla. Sin ellas, también sin su gentileza con la prensa que, por una nula previsión y una tardía entrega de acreditaciones para canjear entradas, no ha podido acceder a los pases de público, tal vez no hubiéramos tenido festival ni hubiéramos podido escribir sobre las películas más apetecibles que por aquí han pasado.

La pregunta es: ¿y ahora qué? ¿Volverá el SEFF por su camino perdido tras esta edición de trámite y transición?, ¿tendrá pronto un director nombrado y un equipo estable a los que se deje trabajar, gestionar y planificar con autonomía, tiempo y el holgado presupuesto de otros años?, ¿se contentará el Ayuntamiento con esta versión adelgazada y descafeinada que, en cualquier caso, ha seguido llenando las salas (con un 85% de ocupación, según supimos ayer) aprovechando la inercia de años pasados? Esta última sería tal vez la mayor tentación y también el mayor peligro: constatar que incluso en las más urgentes circunstancias, con muy poco tiempo, unos medios menguados y una programación de segunda mano y sin demasiado riesgo, se puede seguir haciendo un festival de cine europeo y no morir en el intento. Pero entonces que no lo llamen festival y todos contentos.  

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