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Hablando en plata

Historias flamencas: Antonio Mairena, su cante y sus cartas

Con el maestro del cante Antonio Mairena, además de una larga y estrecha amistad, mantuve una importante correspondencia que aún conservo como oro en paño. Para mi, Mairena fue, junto con Caracol y Terremoto, padre, uno de los más grandes artistas del cante en la segunda mitad del pasado siglo. Si Manolo y Fernando, de los que también fui amigo y gran admirador, cantaban por intuición y naturaleza, porque llevaban el cante en la sangre, Antonio, además de tener sangre cantaora, cantaba por vocación. El cante era su ciencia, su asignatura; por eso lo estudiaba, con rigor de sabio erudito, para conocerlo y perfeccionarlo; para que no se perdiera, en el laberinto musical de la época. Mairena buscaba siempre la pureza de los cantes más genuinos y verdaderos.

Fruto de ese interés de Antonio Mairena por el verdadero cante jondo, gitano-andaluz, como él le llamaba, que tanto y tan bien supo defender a capa y espada, durante toda su vida artística, fue nuestra buena amistad y la sincera correspondencia que ambos mantuvimos, durante cerca de treinta años, y que, en gran parte, he podido conservar, de la que hoy quiero traer a estas páginas algunos trazos, siquiera sea para reivindicar su figura, un poco desvaída en estos tiempos, en que el cante flamenco parece atravesar otro de sus periódicos baches.

A Mairena lo conocí en 1954, cuando casualmente, en mi ejercicio profesional de periodista, le hice en los camerinos de Villamarta la primera entrevista que le hicieron en su vida de artista, cuando formaba parte del ballet del bailarín Antonio, al que también entrevisté, el mismo día. A partir de allí, nació una amistad que no desaparecería hasta que murió el maestro.

La primera carta que conservo del cantaor tiene fecha de 15 de octubre de 1959. Estas primeras cartas venían escritas a máquina, tal vez dictadas por él a alguna persona de su confianza, pero cuando nos fuimos haciendo más amigos, y cogió confianza, ya me escribiría, casi siempre, a mano, incluso con faltas de ortografía, cosa natural y lógica en un hombre que era artista y no persona de letras, con muy escasos estudios en su niñez, ya que desde muchacho estuvo trabajando de aprendiz en la fragua de su padre. Y de estas cartas, de esta correspondencia que hoy, para mi son un auténtico tesoro, extraigo estas confesiones del maestro.

Cuando le pedí que viniera a cantar en el homenaje a Manuel Torre y a Javier Molina, el 12 de noviembre de 1959, el mismo día en que descubrimos las placas conmemorativas que puso el Ayuntamiento en sus casas natales, Mairena me diría: “Me ha emocionado la idea de rendirle tan merecido homenaje a tan grandes artistas, pues precisamente el gran Manuel Torre fue mi primer maestro y toda mi idea ha estado siempre inspirada en el arte inmortal de Manuel Torre; y por lo que respecta al difunto Javier Molina fue el primer guitarrista que me acompañó en mi vida artística, el año 29, en el Kursaal Internacional de Sevilla y por esto me he sentido emocionado al llegar a mi dicha noticia”. Y a renglón seguido se me ofrecía total y desinteresadamente para actuar en el grandioso festival que celebraríamos en el Teatro Villamarta, trayendo con él a otros dos maestros: el hermano y el hijo de Manuel, Tomás Torre, y al veterano Juan Talega, maestro de los cantes de Alcalá de los Panaderos, por el que Mairena sentía auténtica veneración y lo tenía por uno de sus maestros.            

El día del homenaje, Antonio estuvo temprano en Jerez, para asistir al descubrimiento de la placa en casa de Manuel Torre, acompañado del hermano de éste, Pepe Torre, del hijo de Manuel, Tomás Torre, además de Juan Talega, La Perla de Cádiz, y otros artistas y familiares del gitano de la calle Álamos.

Antonio Mairena fue siempre un  hombre noble y generoso a carta cabal. No poseo ni una sola de sus cartas en la que no se me ofrezca para lo que necesitara, a favor de Jerez, del cante de Jerez y de la Cátedra de Flamencología de la que era presidente honorario vitalicio. Porque él, como me dijo en varias ocasiones, “moría con Jerez”. La prueba estaba en su gran afición por los cantes jerezanos, hasta el punto de dedicarles un disco con el título de Antonio Mairena y el cante de Jerez, que presentamos en la Casa del Vino, en la Bodega de San Ginés del Consejo Regulador, el viernes 23 de junio de 1972, con el escritor y poeta José Manuel Caballero Bonald, productor del mismo con la firma Ariola.

Tras la presentación del disco, Melchor de Marchena, invitado al acto, sacaría su maravillosa guitarra y Antonio no pararía de cantar hasta bien entrada la madrugada. Allí también estaba El Agujeta, rindiendo con su cante puro la debida pleitesía al maestro de todos. Tres años después, Antonio Mairena recibiría la Llave de Oro del Cante, que en presencia de Vicente Escudero y este cronista le entregara el bailarín Antonio, en el Alcázar cordobés de los Reyes Cristianos. Días después, el 3 de julio de 1962, la Cátedra de Flamencología le rendiría un gran homenaje en el Teatro Villamarta, con intervención de los poetas Ricardo Molina, Antonio Murciano y Manuel Ríos Ruiz, entregándole al cantaor una placa de oro con marco de cuero repujado. Para dar las gracias, el artista tuvo de nuevo a su lado la guitarra de Melchor; cantando y bailando durante un buen rato, ante un auditorio rendido a su arte, que abarrotaba el teatro.

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