Hablando en Plata

Los palos del baile flamencoLa bulería

CLAusura y final del Festival de Jerez. Con lo que nosotros llegamos también a ese fin de fiesta con nuestra bulería, el estilo más festero, alegre y jacarandoso que existe, dentro del cante y baile flamenco. Un cante y baile que se presta a toda innovación y que admite cualquier forma creativa, dependiendo del genio, el arte y el talento de sus intérpretes.

Es el único baile que se deja siempre para cerrar un espectáculo de flamenco, de danza española o andaluza. Porque la bulería se presta fácilmente a poner siempre ese broche de oro rutilante que todo artista desea para su trabajo, ofrecido cara al público en un teatro. Y, además, porque esa parece ser la costumbre que ha hecho tradición, desde hace décadas, entre las bailarinas y bailarines flamencos.

Sobre la bulería, cante o baile es mucho lo que se ha escrito, desde Anselmo González Climent, a la joven periodista Silvia Calado Olivo, que recientemente nos dio a conocer su magnifico libro, titulado Por bulerías. 100 años de compás flamenco, quien nos dice que "la bulería es la síntesis del flamenco, el palo más flexible, el más versátil, el más enraizado y, a la vez, el más heterodoxo… El corazón del flamenco es la bulería".

Las bulerías parece que no son tan viejas como algunos creen, pues apenas si cuenta con ese siglo que nos dice la citada autora, quien reseña como grabación más antigua la de nuestro paisano El Garrido de Jerez, cuando todavía a las bulerías se las llamaba chuflas; adjudicándose la paternidad de dicho cante a otro jerezano, el famoso Frijones. Cante que parece ser que proviene de los antiguos jaleos jerezanos y de las festeras chuflas que yo todavía podía escuchar cuando niño, en las fiestas privadas de las familias gitanas de mi barrio de Santiago.

En Jerez, la bulería ha tenido dos cumbres: en el cante, La Paquera, que era única, portentosa y genial; y en el baile, Tía Juana la del Pipa, levantando aquellos brazos, con tantísimo arte, pese a su enorme humanidad. Pero hubo otra cima, una cumbre personificada en un solo artista, que lo mismo cantaba, que bailaba por bulerías, como nadie pudo hacerlo jamás. Se llamaba Fernando Fernández Monje Terremoto de Jerez, padre de ese otro gran cantaor que Dios ha querido llevarse, hace tan sólo unos días, dejando sumidos en el desconsuelo a todos los jerezanos, desde la alcaldesa al ultimo gitanillo de la calle Nueva o de La Asunción.

Terremoto, padre, era un artista único, inimitable, que fue tan grande como bailaor que como cantaor. Y, de hecho, empezó como bailaor y sus principios artísticos fueron como tal, en Jerez, en Barcelona, en Madrid. Y cuando cantaba siempre remataba su actuación dándose una pataíta. Como se ha hecho siempre en esta tierra tan flamenca, donde la buería ha sido y es la reina del fin de fiesta.

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