Entrevista

Agustín, el buen vecino

  • Los recuerdos y anécdotas del 'alcalde de San Mateo', una vida entera dedicada al barrio y a sus gentes

Es el droguero de San Mateo. Siempre lo fue. Ahí metido, un día sí y otro también, entre montañas de productos químicos que guarda todavía hoy la droguería más antigua de Jerez. Es una autoridad en el barrio. Por algo se ganó el título de ‘alcalde de San Mateo’. Agustín Pérez González (Jerez, 1935), ‘Agustín el droguero’ , es un hombre optimista, pero preocupado por su barrio y por sus gentes. Es el buen vecino.

La verdad es que la vida de Agustín no ha sido una vida tranquila. Es una de las cuatro criaturas que, en tiempos convulsos, le dio Rosario a su marido Agustín,  carpintero y ebanista ejemplar. Primero fue Pepe, que entró en la Escuela de Comercio, pero el pobre ya no está entre nosotros; luego nació Paco. Y en 1935 vio la luz nuestro hombre, Agustín, y por fin, Juan, que fue el último. Por tanto, Agustín tiene 79 años y en diciembre será octogenario.

– ¿Cómo empezó todo?

– Vivíamos en el número 4 de la plaza Becerra. Era la clásica casa de vecinos. Humilde, muy humilde. Eran años de necesidades. Recuerdo que mi padre aportaba a la casa 13,80 pesetas cada semana.  Me educaron en la Escuela de Hermanos Cristianos; luego estuve en El Salvador, en la plaza Ponce de León. Después, pasé por el padre Luis Coloma, en la misma plaza del Mercado y, poco después, en la Escuela de San José de la Porvera.

– Y, de pronto, hubo que ayudar en la casa.

– Yo tenía 15 años cuando entré en una de las primeras boutiques de Jerez. Se llamaba ‘Odilas’, que significa Salido al revés. La tienda se la puso Manuel Salido a su hija María de los Ángeles y a Pepita, su otra hija, le puso la ‘Papelería Jerezana’ en la calle Santamaría.

– ¿Cómo era ‘Odilas’?

– Estaba a la altura del callejón de los Cuatro Juanes, junto al ‘Bazar X’, la ‘Sombrerería González’, el Casino Lebrero... Allí conocí a muchísima gente. Sobre todo, a un personaje, vecino del barrio, que habitaba el  palacio de San Andrés. Era Pepe Domecq de la Riva, Pepe Pantera, que siempre compraba sus colonias: ‘Atkinson’, ‘Álvarez Gómez’, o los jabones Royal Ambré’,  ‘Lavanda inglesa de Gal’...

– ¿Cuánto duró aquello?

– Poco.  La tienda se traspasó a José Manuel Delage Ferraro y aquí aparece entonces José Parra Francos, que me coloca en una droguería de la calle Francos. Hasta los 21 años estuve allí de encargado. Vendía, organizaba, hacía mis pinturas, vendíamos de todo: Aceite para limpiar muebles, aceite usado para fabricar jabón... Todo eso me procuró muchos conocimientos. La fabricación de pinturas, por ejemplo, marcó mi afición por el dibujo.

– Porque usted es un pintor incansable.

– Bueno, es algo que me apasiona.  Me considero un  pintor aficionado. Recuerdo que, en una ocasión, Pepe Pantera, que me compraba algunos cuadros, me pidió que le hiciera un retrato, con atuendo militar, a cuerpo entero. Le dije que no, que yo no hacía retratos, pero que conocía a un pintor que podría hacerlo. Era Fernando Ramírez, padre de los Toro. Ramírez fue al palacio, encargó un gran caballete y un bastidor. Pepe posaba. Pero los dos eran muy informales. A veces, se enfadaban y discutían. Tuve que mediar tres veces. Y, para colmo, Ramírez le pidió mucho dinero por el trabajo. Total, que Pepe no cedió y Ramírez se negó a acabar el cuadro, al que sólo le faltaba la cabeza. Mucho después, me enteré que alguien lo acabó y  que está colgado en el Serrallo.

– Hablaba de Tetuán.

– Yo lo pasé de maravilla. Tetuán es un  lugar que te acoge, que te engancha. Vuelves ahora y parece que no ha pasado el tiempo. Era 1958. Allí fui destinado para hacer el servicio militar. Como droguero que era, me colocaron en la farmacia y estuve destinado en Marruecos, Ceuta, en los campamentos de Dar Riffien y, luego, por sorteo, me tocó Tetuán. Volví a Jerez pero, con el tiempo, me enviaron de nuevo a África cuando estallaron los incidentes de Ifni. 

– Y vuelta a Jerez.

– Vuelvo y abro una droguería en el Mercado. Puede tener  unos cincuenta años.  Me atraigo la clientela de calle Francos y también clientes de la periferia; me ayudaba un chaval con una bicicleta que llevaba la medicación a las casas. Aquí ya hacía de todo: pinturas, barnizado, cera virgen... Y tenía productos químicos de todo tipo.

– ¿Cómo recuerda la plaza?

–Era de albero, tenía tres palmeras reales, con un arriate de tres o cuatro metros de diámetro, un césped y unos rosales. Había además un guarda de la porra con un látigo. Ahora haría falta uno con un revólver. Había además dos quioscos: Uno lo llevó Pepe y, luego la gitana Jeroma, de la calle Cantarería. Casi todos vivían en casas de vecinos. Malamente. En un cuarto podían vivir hasta seis familias. Allí dormían y no tenían más remedio que vivir entre el patio y la calle.

– ¿Y a quién recuerda?

– A Victoriano, el de los ultramarinos; a Manolo ‘el Carbonero’; Alfonso, el niño de la calle Justicia que sufría síndrome Down... ‘El Chichirraca’, un hombre bueno y cariñoso que seguía siempre al Xerez FC, vendiendo en los campos de fútbol. Invitaba siempre a vino en  Nochebuena y había sido cobrador en el tranvía de madera. También recuerdo a Sacri, el sacristán de San Mateo, que hizo la Virgen de Santa Ana y la que se coronó de las Viñas...

– ¿Estaba ocupado en los 50 el palacio Riquelme?

– Allí vivió durante años la duquesa de Montemar. Tenía hasta un portero. Después la alquiló Pepe Pantera para que viviera su mujer María Luisa Beltrán de Lis, de la que se había separado. Ocho millones se gastó para poner en pie aquello. Pagaba 1.000 pesetas por el alquiler pero cuando la duquesa le subió la renta a 3.000, Pepe se negó. Y el palacio volvió a quedar abandonado.

– ¿Y lo de alcalde de San Mateo?

– El problema es que yo, siempre, junto a mi mujer María, me he preocupado mucho por el barrio. Yo organicé cinco verbenas con ayuda del centro parroquial. Pepe Pantera colaboraba. Cuando le pedimos unos premios, llamó al platero Lorente y nos mandó unos trofeos y fuegos artificiales.  A veces, pintaba en el barrio cosas que estaban defectuosas, pero yo las hacía bien, con el sentido de ver las cosas bien. Los dos hemos estado toda la vida escribiendo cartas, quejándonos, pidiendo mejoras.... 

– ¿Qué es lo que ocurre?

– Que Pacheco dejó esto abandonado, y la gente se fue a vivir a las barriadas. Yo creo además que el cambio de gobierno político no ha aprovechado lo hecho para acabar con iniciativas tan importantes para el barrio como era la Ciudad del  Flamenco. En una ocasión, a mi hija Marina le abordaron unos japoneses en el barrio y le preguntaron por la Ciudad del Flamenco. Ella les respondió que no estaba ni hecha, que sólo había un hoyo. Ellos contestaron entonces que querían ver el hoyo de la Ciudad del Flamenco.

– ¿Qué es lo que falta por hacer? Pida por esa boquita.

– Mucho, mucho. Yo pienso que todo lo que se arregle en este barrio debe ir encauzado al turismo. El barrio sigue muerto. Y ayudaría también mucho que las casas se arreglaran.

El domingo 23 de marzo del pasado año fue un día importante para Agustín y María Bejarano. En un acto sorpresa, sus vecinos de toda la vida junto a amigos y familiares, amén de cofrades del Desconsuelo y Santa Marta, rendían tributo al matrimonio por su trabajo y desvelos por el San Mateo. Era el reconocimiento al buen vecino. 

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