Batalla de chatarra
Hace ahora 41 años, el choque frontal entre un ferrobús y un Expreso constituyó una de las más grandes catástrofes ferroviarias del Régimen Hubo 77 muertos y 112 heridos
"Ya le queda poco al Talgo", me repetía José Ramírez, 'el Negro', mientras bajábamos entre un mar de girasoles y trigales la ladera de la finca 'La Junquera' que conduce hasta los raíles del ferrocarril que une las localidades sevillanas de Lebrija y El Cuervo. Y una y otra vez, las palabras de 'el Negro': "¡Mira que si mi padre hubiera estado ahí...!" El padre de 'el Negro' había trabajado como peón caminero de Renfe. Su puesto estaba en el mismo lugar donde, hace ahora 41 años, ese fatal accidente acabó en una orgía de sangre, cuerpos desmembrados y eterna confusión. La verdad es que al tío no se le escapaba una. Controlaba el paso de trenes como un reloj. Y otra vez 'el Negro': "¡Mira que si mi padre no se hubiera jubilado y hubiera estado ese día en su sitio...!" Pero su padre se jubiló, aquella garita quedó vacía, llegó el 21 de julio de 1972 y el hombre ya no estaba allí.
"¿Qué le dije a usted? Ahí llega el Talgo", dice con orgullo 'el Negro'. Pepe Ramírez, un jerezano criado en El Cuervo, siempre quiso ser como su padre; sería otro peón caminero; adoraba su trabajo, su pasión y entrega por el mundo del tren. Pero la vida le reservó al duro campo, donde seguramente acabará sus días junto al trabajo de toda su vida. Siempre pensé que 'el Negro' era un hombre bueno. La vida no le trató bien, pero para su satisfacción, una fatal casualidad le hizo engrosar esa legión de primeros héroes anónimos que, armados de enorme valor, colaboraron en las faenas de auxilio sólo minutos después de la tragedia. Pero antes de entrar en más detalles, será mejor que dejemos reposar los hechos.
Cuando esa mañana del 21 de julio de 1972 los braceros de 'La Junquera'se encontraban en faena a las 7,30 de la mañana, ya hacía calor. De repente, oyeron un enorme estampido y el fuerte chirriar de hierros arrastrándose sobre los raíles. 'El Negro' y sus compañeros subieron a una lometa, desde donde divisaron una imagen espeluznante. Lo que vieron esos braceros era un tren caído sobre otro, envueltos en un espeso humo. Y notaron ese silencio que sigue a la explosión y precede al griterío. Silencio, nada más que silencio. José señala la curva que sigue a una larga recta a unos 3,1 kilómetros de la estación de El Cuervo en dirección a Lebrija. Era el lugar del tremendo choque. Fue todo tan inesperado, tan repentino. Cuando bajaron, comprobaron que uno de los trenes era 'la Cochinita'.
'La Cochinita' era el nombre con el que se conocía el ferrobús , u ómnibus, entre Cádiz y Sevilla. Un endeble cercanías, de débil estructura cubierto de refulgente pintura plateada. El tren ferrobús de Cádiz a Sevilla lo conformaba un convoy de cuatro coches y unos doscientos pasajeros. Sobre este, el imponente Expreso número 244 que cubría el trayecto Madrid-Cádiz. Lo formaba una máquina diesel, un furgón, un coche-correo y doce vehículos. Transportaba a unos quinientos pasajeros. David contra Goliat. Salcedo conducía el ferrobús, que abandonó la estación de El Cuervo sin esperar el paso del Expreso. Conducía a 80 kilómetros hora; el resistente Expreso lo hacía a 90. El choque frontal tuvo que ser impresionante. Se oyó el tremendo ruido, las luces se apagaron, los débiles susurros cesaron, las ropas salieron despedidas y las maletas estallaron; los asientos -con sus ocupantes medio dormidos- recorrían el vagón como si nada les obstruyera su camino. Y, de pronto, el silencio. De las cuatro unidades del ferrobús, tres se empotraron en el impacto contra el coche-correo del Expreso, quedando tal y como un acordeón, mientras que la máquina del Expreso descarriló y terminó subiéndose sobre los vagones del ómnibus. Al silencio siguieron los gritos de auxilio, los primeros llantos y un fuerte olor a quemado que inundó toda 'La Junquera'. Todo era confusión. Una locura colectiva.
De las fincas cercanas hombres y mujeres salen apresurados en la ayuda sin saber muy bien exactamente qué hacer. En 'La Junquera' todo son prisas. Han movilizado tractores y otros vehículos para desengachar los trenes, cosidos en un enorme amasijo de hierros. Han utilizado un teléfono para dar la alarma en El Cuervo. Las primeras ambulancias han comenzado a llegar a aquel páramo recalentado por el sol. Hace calor, mucho calor, un calor asfixiante. El desorden es total: Han llegado vecinos de El Cuervo y Lebrija; hay cuerpos mutilados, incrustados en los hierros y restos humanos por toda la zona; muchos familiares gritan y se lamentan y corren de un lado a otro buscando información desesperados. La asistencia de fuerzas del orden y autoridades en el lugar es incesante y hay bomberos movilizados desde todas las localidades vecinas. También fueron llamados los bomberos de la base de Rota, que se personaron de inmediato. Las emisoras de radio de la zona realizaron llamamientos para que los médicos que no se encontraran de servicio se incorporaran al lugar. Igualmente se pedían donaciones de sangre, con colas en los centros médicos: la población se movilizó enseguida.
Cuando la noticia llegó a San Fernando, la población quedó conmocionada. Se sabía que los infantes de Marina del cuartel de San Carlos utilizaban 'La Cochinita' durante sus permisos de fin de semana. Vestían la guerrera blanca y organizaban cánticos y bailes en los coches más económicos. En el accidente de El Cuervo, fueron 26 los infantes de Marina que se encontraron con la muerte.
La vida depara macabras coincidencias. El reciente accidente en Galicia registró un número de muertos casi idéntico al de El Cuervo; ocurrió otro mes de julio y ha vuelto a consternar a La Isla y a sus gentes.
El terrible balance oficial fue determinante: 77 muertos y 112 heridos. 76 muertos entre los doscientos pasajeros del ferrobús (principalmente de Jerez, Lebrija, El Puerto y San Fernando) y tan sólo una víctima del Expreso. Se llamaba Sebastián Ruiz, ayudante del furgón de Correos, del que era subalterno Fernando Espinosa a quien, después de dársele por muerto, apareció horas más tarde en un hospital aunque en delicado estado de salud.
77 muertos, 77 dramas. Hay casos de los más tristes: Está el caso de Fernando. Discípulo del conocido mister Dereck Robertson, profesor de inglés en La Salle, el joven destacó siempre por su afición al teatro. ese día tomó el tren a Sevilla para sacar el visado que le permitiría viajar a Los Ángeles. Robertson había visto cualidades innatas en ese chico y le permitió perfeccionar sus estudios en América. Pero jamás pudo viajar a los Estados Unidos. Otro, Manuel, permitió a su tía, que viajaba en el último vagón de 'La Cochinita' -el menos afectado del ferrobús- ir hasta el coche donde se encontraban los infantes de Marina. "Me gustan sus canciones, me gusta la juerga", se justificaba. Horas después, Manuel reconoció a su tía entre los muertos gracias a un anillo. Y Lola 'la Gorda', de El Cuervo, sacó billete y se sentó en el último vagón. Esto salvó la vida al revisor, que tuvo que 'picar' donde se encontraba Lola. Pero Lola murió en su asiento.
Otros esquivaron la muerte: Un marinero de San Fernando se quedó a rezar el rosario al retablo de la Virgen de Lourdes y, por no dejarlo incompleto, perdió el tren. O aquella mujer y su hijo que sacaron billete en El Cuervo y perdieron el tren por un gran error: Cuando salieron hacia el ferrobús, este ya había reanudado su camino antes de tiempo.
El informe oficial de Renfe no ofrecía duda alguna de que se había tratado de un "fallo humano", que el ferrobús inició su marcha tras un minuto, forzando e inutilizando el cambio de salida que estaba dispuesto para la vía general. La salida del ferrobús se produjo cuando ya había pasado por Lebrija el tren Expreso.
El suceso se produjo en un momento en el que los gaditanos reclamaban desde hacía años la doble vía entre Cádiz y Sevilla. Más de cuarenta años después, sólo hay algunos tramos construidos y la situación no hace verlo con optimismo. Renfe indemnizó de forma mezquina a los familiares de las víctimas con 250.000 pesetas en el caso de menores muertos y 500.000 por adulto fallecido. El accidente costó al Estado 22 millones de pesetas.
Y José 'el Negro', lamentándose a sí mismo: "¡Mira que si mi padre no se hubiera jubilado...!"
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