Buenos días vividos (recordando a mi amigo Miguel García de Luján)
Tribuna libre
HACE cerca de cincuenta años que una noche de Diciembre fui al Teatro María Guerrero para asistir a la representación de Los Verdes Campos del Edén de un joven autor teatral para mí desconocido, y que tan sólo sabía de él que era cordobés y que se llamaba Antonio Gala.
Recuerdo Miguel, que sabiéndote tan conocedor de Córdoba, me apuntaste unos retazos biográficos de este incipiente autor teatral, y la verdad es que asistimos más tarde a la eclosión de Gala no solo en el mundo del teatro sino en el de la literatura. Hoy retomo su obra con Los Buenos Días Perdidos, para de algún modo ajustarme a lo que en nuestra despedida te quiero decir.
Y como un parangón de este título, yo quiero contarte desde la soledad de tu ausencia esos Buenos Días Vividos por nosotros, que nada tienen que ver con lo momentáneo y efímero de momentos puntuales y felices, sino con una trayectoria de íntima amistad nacida en la adolescencia y firmemente cultivada hasta un siempre, que hoy se viste con el ropaje de la nostalgia.
Quiero que hoy desfilen por mi memoria aquel entramado de amigos que supimos hacer en nuestra juventud, y que en la complicada sociología jerezana fue un puente, una correa de transmisión, en aquellos recalcitrantes compartimentos estancos. Ciertamente andábamos por libre, y no como fruto de un esfuerzo en conseguirlo, sino como una manera de encarar la vida.
Habíamos logrado que un grupo bachiller, del Instituto y de los Marianistas, tuviésemos la capacidad de reunirnos como una piña de amigos, donde las inquietudes estaban a flor de piel y donde el interés por la cultura nos hizo crear una pequeña biblioteca común, y en medio de la densidad política de la atmósfera que nos envolvía siempre nos divertían las noticias que de Don Juan III nos traía, casi de contrabando, Paco Antella, envuelto siempre en aquel binomio tan imposible de digerir por nosotros en aquellos días. Monarquía y tesis filosóficas.
Pero todo era posible en aquel interés tuyo, Miguel, de reunirnos siempre con sentido tertuliano, eso que a lo largo de toda tu vida ha sido una constante y que te hizo acreedor de tantos amigos, que tanto en Jerez, en Córdoba, como en Madrid han dejado viva constancia de tus señas de identidad. Tu diferenciada personalidad.
No quiero sustraerme hoy cuando -¡ay ,que poquitos vamos quedando¡- , de aquel embrión primigenio donde junto a nosotros estaba Javier Sánchez, que completaba un trío de largo rodaje, y que hicimos de lo liberal , lo conservador y lo democristiano una plataforma de perfecta concordancia. Voces fértiles como las de Paco Becerro y Manolo Camarero. Constancia en Perico Badanelli. Rigor económico, desde la Escuela de Comercio, de Sixto García Pérez. Espíritu cofradiero en Fernando Barrera, más moderado que las “homilías” que Alfonso Ruíz-Mateos nos tenía preparadas los domingos en los salones parroquiales de San Miguel. Y para tocar todos palos, la fantasía de Vicente Florán , la simpatía de Milo González y la muy apabullante, sobre todo para nosotros, bastante alejados del deporte, fortaleza física de José Antonio Izaguirre. Desde casa de don Germán ,José María Alvarez-Beigbeder nos aportaba con su violín el contrapunto artístico.
Lo teníamos todo en este grupo, sabedores que en cada época todo recibe su significación por sus relaciones, aquellas que imprimen las inquietudes encaminadas a la dedicación y al esfuerzo. También teníamos, antes de aparecer El Búho, el patio de Paco Cómez para nuestros primeros guateques. Y estaban las puertas abiertas , en eso Miguel tú te las pintabas solo, a nuestra inmediatez cronológica, con la incorporación de Carlos Ayala, de Fernando Martel y de Cristóbal Romero.
Ya mayorcitos, aquellas reuniones en La Posada y en La Valdepeñera de la mano de Joaquín Castrillón, aquel gran amigo que tanto te admiraba . Pero siempre contábamos con tu elegante moderación, y con un respeto a los demás que era una norma de conducta irrenunciable.
Pasados los años no te gustaba pasar por Jerez sin contactar con esas tertulias, que tú sabías ya establecidas en algunos de sus más señalados tabancos. El Pasaje, Juan, en la Plaza Rafael Rivero, o El Nono, en la Plaza del Arenal, conocieron tu mesura y tu forma de paladear el jerez. Pepe García-Pelayo puede dar buena cuenta de esta veneración tuya al símbolo de nuestra tierra.
Cuando en una primera etapa te trasladaste a Córdoba nos veíamos con frecuencia. Siempre que iba a Madrid pernoctaba cerca de Las Tendillas. Nos reuníamos, a veces con Pepe Aranda y Consuelo Benítez, para disfrutar unas horas de aquella “Córdoba es un laberinto a los ojos de un pintor”. Porque lo que ahora en tu ausencia recuerdo sorprendido es que nunca, a lo largo de nuestras vidas, hemos tenido un enfado ni un desencuentro, hasta tal punto que en aquellas noches cordobesas ni hablábamos de Mateo Inurria , ni del Duque de Rivas, ni siquiera de Séneca (probablemente porque no éramos grandes senequistas), sino admiradores de la plasticidad y de la estética en Julio Romero de Torres, con la que muchas veces soñábamos acercándonos a la Fuente del Potro, o yendo a Santa Marina para disfrutar de la guitarra de Arango.
¡Qué buen embajador en Madrid del vino de Jerez! Recuerdo cuánto trabajo en aquella época del desembarco, cuando en la calle de la Montera, en aquella perseverancia de Arcadio Saldaña, Juan Puerto Andrades, Paco Guerrero, Rafael Balao ¡ay, que poquitos vamos quedando!- tanto luchaste por la promoción y la puesta en escena del jerez.
Después aquella casa abierta a Jerez, aquella copa de bienvenida en la calle Velázquez, donde pudiste retomar tu vocación tertuliana en El Tabanco, y también abriendo la Gran Peña, para que todos los jerezanos afincados en Madrid pudieran reunirse en torno a una berza y nuestros mejores vinos, soñando con los naranjos de la calle Larga.
Luego tu vuelta a Córdoba. Quisiste conciliar tu vida con la vida de los demás. Y en el centro del arco, como dovela que cierra el acontecer familiar está Fernanda, aquella morenita niña que siempre estaba con nosotros en aquellos años de juventud, y que yo, Miguel, en este leve recorrido, que no es más que un apunte de una vida vivida con prudencia perfecta, donde la amistad y el sentido de la estética supiste mantener sin sobresaltos, quiero hoy volver contigo a Córdoba, donde el 24 de Octubre, fiesta de San Rafael, su Custodio, te di el último adiós.
Y hoy vuelvo contigo a Córdoba, porque Los Buenos Días Vividos quiero recordarlos al pié del arco del Triunfo desde donde San Acisclo y Santa Victoria le preguntan al Arcángel, vigilante sobre los tajamares del río: Dímelo tú puentecito/ Puente de San Rafael,/ Dime por qué caminito/ Se lo han llevaito/ Para no volver.
Quédate, Miguel, en nuestro pensamiento para así seguir entre nosotros.
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