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Jerez

El Finisterre del ladrillo

  • La avenida Juan Carlos I es el fiel reflejo del estallido de la burbuja inmobiliaria En una acera, centenares de viviendas; en la otra, el campo

Una carretilla llena de lechugas y de acelgas es el mejor reclamo. No hace falta nada más, ni carteles ni luminosos; el buen observador sabe que hay género recién cogido a la venta. Un matrimonio ya anciano sigue acudiendo cada mañana a una pequeña huerta que tienen arrendada para cultivar en unos terrenos que, según el lápiz de la ordenación urbanística, deberían ser un mar de pareados, adosados y bloques pero que la realidad económica ha propiciado que aún sigan siendo un pequeño vergel agrícola.

La parcela se encuentra a pie de la larga avenida Juan Carlos I, conocida popularmente como la del Colesterol. Esta vía, diseñada en el Plan General de Ordenación Urbana de 1995, pretendía marcar entonces una frontera entre lo urbano y lo rural; 18 años después sigue teniendo este papel delimitador entre dos realidades siempre enfrentadas. Es ese Finisterre entre el desarrollo urbanístico brutal que supuso la burbuja inmobiliaria y su precipitado estallido tras años de incontrolable e ilógico crecimiento. A un lado, la ciudad; al otro, el campo.

La señora que, a pesar de su edad, tiene aún fuerzas para trabajar la tierra con ahínco, resume lo ocurrido con esa forma simple y sentenciadora que da la experiencia de la vida: "Aquí se acabó todo; si no hay dinero para nada". Acto seguido, se da media vuelta y se sumerge en su huerta para continuar cuidando de sus lechugas, acelgas, cebollas y coliflores. Una valla metálica separa esta pequeña explotación agrícola de una transitada avenida.

El Plan General aprobado en 2010 contemplaba que la ciudad diera ese salto desarrollista hacia el este. La avenida dedicada al monarca dejaba de ser frontera para pintar de naranja (es el color que utiliza el vigente planeamiento para marcar las zonas urbanizables) más de 752.000 metros cuadrados entre las rotondas 3 y 5 donde se proyectó la friolera de 2.700 viviendas, es decir, todo un nuevo barrio residencial. Tres años después, estas promociones permanecen esbozadas en documentos que guardan los estudios de arquitectura y las oficinas de promotoras mientras que el campo sigue dando verdes lechugas ya que a la agricultura bien poco le influye la carestía crediticia que hizo estallar la burbuja.

Esta situación permite que labores tan antiguas, y en retroceso, como la ganadería encuentren en este enclave su reducto. Francisco Javier Garrido, un joven pastor, tiene más de 750 ovejas y 400 borregos y suele aprovechar las zonas inundables y no construidas de La Canaleja para que sus animales pasten a sus anchas. "Al final le hacemos hasta un favor al Ayuntamiento porque limpiamos esta zona que tiene abandonada. Estos animales son mejores que una segadora", asegura. El rebaño lo resguarda cada noche en un corral que ha instalado muy próximo a un conjunto residencial recientemente construido, aunque reconoce que hay propietarios a los que este contacto tan próximo con una actividad como la suya no le resulta agradable. "Hay vecinos que se han quejado pero hay muchos que les gusta porque les enseña a sus niños como pastan las ovejas", añade. Esta es la muestra palpable del conflicto del mundo urbano con el rústico y que esta avenida refleja fielmente.

Mientras, el núcleo de La Teja sigue siendo un islote en mitad del campo. El sinfín de adosados y pareados que se construyeron en torno a la avenida de Nazaret durante la pasada década y la entrada en servicio de la avenida Juan Carlos I acercaron este diseminado a Jerez. Pero, a día de hoy, aún sigue conectada a la ciudad gracias a un sinuoso camino que muere en la flamante rotonda número cinco, un cordón umbilical que, aunque corto, sigue marcando importantes distancias.

Varios bloques de viviendas y unifamiliares comprendidos entre las glorietas cinco y seis han sido lo último construido. En sus bajos, varios emprendedores han decidido retar a la crisis abriendo negocios de alimentación o peluquerías. Un vecino de la zona comenta: "Aquí no hay ningún negocio que dure. No hay más que ver la de carteles que hay con 'se vende' o 'se alquila". "Es muy difícil montar una tienda aquí porque la mayoría prefiere comprar en los grandes supermercados y no hacen vida de barrio", añade otro mientras hace un rengue en su ejercicio físico mañanero.

Es continuo el trasiego de personas que, a distintos ritmos, recorren esta larga avenida fronteriza. Hay quien se para a observar a dos adultos que, como si fueran niños, compiten para que su coche teledirigido sea el más rápido en un pequeño circuito que ha montado en unos suelos que siguen en barbecho urbanístico ya que la burbuja no tuvo más fuerzas para cruzar a la otra acera de la avenida del Colesterol.

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